De un ambicioso objetivo a una realidad limitada

Libro De un ambicioso objetivo a una realidad limitada

La transformación social de las escuelas de negocios estadounidenses y la promesa no cumplida de transformar a la administración de empresas en una profesión

Princeton UP,
También disponible en: Inglés


Reseña

Este brillante libro es un análisis sociológico de la escuela de negocios moderna; una institución mal entendida que ha tenido un profundo impacto sobre la economía mundial. El autor, Rakesh Khurana, profesor de Harvard, comienza su relato a partir del siglo XIX, época en la que surgen las escuelas de negocios en pleno florecimiento de Estados Unidos. Las etapas tempranas de las escuelas de negocios estuvieron plagadas de problemas. Los profesores no se ponían de acuerdo en los planes de estudio e incluso en los objetivos. Además, persistía el interrogante de si los negocios (o la “administración de empresas”) realmente eran una profesión. En la adolescencia, las desmañadas escuelas de negocios observaban con nostalgia a sus hermanas indudablemente legítimas, más antiguas y poderosas: las escuelas de posgrado de derecho y medicina. Esta situación llevó a una transformación de la imagen de las escuelas de negocios que, según el autor, fracasó; dejando a las escuelas de negocios de hoy en día en una situación de anomia en su madurez; a medida que se deteriora el valor económico de inscribirse en las mismas – y, por ende, de los M.B.A. BooksInShort recomienda este libro a todo aquél que desee entender el pasado y el futuro de esta institución influyente.

Ideas fundamentales

  • En Estados Unidos, la educación en negocios de buena calidad se empezó a impartir después de la Guerra Civil.
  • Este comienzo coincide con el surgimiento del capitalismo corporativo.
  • Muchas personas culparon a las “grandes compañías” por perjudicar a la sociedad estadounidense.
  • Las personas de negocios y otros líderes intentaron legitimizar la actividad empresarial como profesión.
  • Con este propósito, les pidieron a las universidades que generen gerentes “profesionales.”
  • La Segunda Guerra Mundial fue un estímulo para la educación en negocios.
  • Después de la guerra, los estadounidenses aceptaron a las grandes organizaciones y a la “ciencia de la administración.”
  • Sin embargo, la economía neoclásica debilitó a los gerentes generales y, por ende, a la educación en negocios.
  • La educación en negocios ya no se esmera por generar “profesionales.”
  • El “liderazgo” reemplazó al “profesionalismo” como objetivo de la educación en negocios.
 

Resumen

Comienzos difíciles: 1881-1941

Con anterioridad a la Guerra Civil Estadounidense (1861-65), en Estados Unidos no existían instituciones que pudieran denominarse “grandes empresas.” La mayoría de éstas eran emprendimientos muy pequeños dirigidos por una o dos personas. Generalmente estas firmas se dedicaban a un único producto y se limitaban a un área geográfica restringida. Eran precarias, ineficientes e impredecibles. Las pequeñas empresas estaban a la merced de las vicisitudes de una economía muy volátil, incluso en mayor medida que ese tipo de entidades hoy en día. Prosperaban en épocas de auge, para luego desaparecer a montones cuando se desencadenaba el inevitable ocaso económico.

“Los primeros 60 años de educación en negocios en el ámbito universitario...fueron un período de diversidad, experimentación y, para los líderes del movimiento de las escuelas de negocios, de creciente frustración.”

No obstante, después de la Guerra Civil, adquirió importancia un nuevo tipo de entidad comercial: la gran corporación (del inglés, corporation). En parte, el cambio tecnológico fue el causante de este cambio en el tipo principal de organización societaria. Estados Unidos de la posguerra contaba con nuevas redes de comunicación y transporte. Ante los crecientes fenómenos de alfabetización, crecimiento demográfico y urbanización, estas innovaciones posibilitaron una coordinación a gran escala y sin precedentes de trabajadores, recursos e información, así como también el acceso a un mercado nacional recientemente unificado.

“Los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron, como diría Dickens, la mejor y la peor época para las escuelas de negocios.”

Pero a medida que crecían estas instituciones, también incrementaba la preocupación del público acerca de los efectos sociales y económicos del capitalismo corporativo. A fin de cuentas, los estadounidenses trataban como personajes a agricultores independientes, a comerciantes y a artesanos que parecían encarnar la democracia de Jefferson. Ahora, la economía era impulsada por la producción “científica” y las ideas de administración de pensadores como Frederick W. Taylor. Las relaciones entre la mano de obra y el capital, que siempre presentaron inconvenientes, se tornaron muy tensas, ya que los trabajadores le temían al efecto de “descalificación profesional” provocado por un lugar de trabajo más automatizado y mecanizado.

“La nueva lógica de predominio del accionista absolvió a los gerentes y a los ejecutivos de las empresas de toda responsabilidad que no sea por los resultados financieros.”

Otros grupos de elite, en particular los progresistas, eran más optimistas acerca de los efectos de las grandes empresas. Pensaban que éstas podían ayudar a solucionar problemas sociales. Muchos consideraban que el capitalismo corporativo podría contribuir a promover una sociedad ordenada, si los directivos de las compañías tenían los valores “adecuados.” Sin dudas, la sociedad injuriaba a los capitalistas inescrupulosos de fines del siglo XIX, pero el público admiraba a otro componente de la maquinaria corporativa: el “gerente,” quien parecía estar más o menos en el centro de la compañía moderna. El surgimiento de esta noción benéfica del gerente les dio a los académicos y hombres de negocios de elite la oportunidad de legitimizar a los negocios como una carrera e, incluso, como una profesión.

“Dado que los profesores de las escuelas de negocios tienen poca experiencia o noción de los negocios, las propias escuelas corren el peligro lógico de olvidar cuál es el propósito aparente que persiguen.”

Los impulsores de este “proyecto de legitimación” recurrieron a otra creciente institución en busca de respaldo: la universidad estadounidense. En el siglo XIX, la universidad no era una institución nueva en Estados Unidos, pero la reputación de las universidades (y la cantidad) estaba cambiando drásticamente hacia fines de ese siglo y a principios del siglo XX. La creciente cantidad de universidades estadounidenses se centraba cada vez más en la investigación “científica” y práctica. En lugar de dedicarse meramente a formar caballeros (o clérigos), las universidades consideraban que su rol consistía en impartir cada vez más conocimientos y habilidades de índole técnica. Esta tendencia coincidía con otra: la creciente “profesionalización” de la ciencia y de otras actividades más tradicionales. Los modelos de profesionalización eran el derecho y la medicina y, al igual que estos dos campos de estudio, la recientemente concebida “ciencia de la administración” precisaba un espacio adecuado dentro de la universidad.

“Tan sólo cinco años después de...los informes de Ford y Carnegie, el cuerpo de profesores de las escuelas de negocios se había profesionalizado cada vez más en las disciplinas académicas tradicionales.”

La Universidad de Pensilvania estaba a la vanguardia, ya que había creado su escuela de negocios en 1881. Pero las otras facultades de la Liga Ivy no estaban muy lejos. En 1900, Dartmouth fundó su escuela de administración y finanzas Tuck School of Administration and Finance. En 1908, se creó la Escuela de Negocios de Harvard. Columbia se sobrepuso a sus temores acerca de ofrecer educación “vocacional” y creó una escuela de negocios en 1916..

“El rol dominante de los economistas a la hora de configurar la implementación de sus reformas sería más tarde considerado extraoficialmente por la Fundación Ford como...un grave ‘error táctico’.”

La credibilidad de la educación en negocios se vio obstaculizada por argumentos respecto a qué debía contener un plan de estudios adecuado para una escuela de negocios. Los decanos y profesores coincidían en que, si los negocios iban a ser una profesión, debían tener “unidad intelectual”; pero ese era prácticamente el único punto en el que todos estaban de acuerdo. Se dictaban cursos de contabilidad y derecho hasta psicología organizacional. La economía, que luego se transformaría en la disciplina central en las escuelas de negocios, no era tan predominante como la contabilidad; en parte, porque se consideraba que el trabajo de los economistas era irrelevante para los negocios propiamente dichos. El colapso del mercado bursátil de 1929 y la depresión de los años treinta dieron lugar a una mayor introspección acerca de la esencia de la educación en negocios. Algunos creían que estas calamidades económicas se debían, en parte, a la confusa misión pedagógica de las escuelas de negocios.

Legitimidad creciente: 1941-1970

La Segunda Guerra Mundial ayudó a las escuelas de negocios a solucionar algunos de sus problemas. Para algunos, la guerra era una competencia, en la que los vencedores serían los países que utilizaran con más eficiencia métodos industriales. Por consiguiente, Estados Unidos tuvo que movilizar su impresionante capacidad industrial. Este esfuerzo organizacional centralizado incrementó la demanda de la educación en negocios y obligó a las escuelas de negocios a asemejarse más a las escuelas de ingeniería. Cada vez más, las escuelas de negocios presentaban a las empresas como sistemas abstractos de entrada y salida, responsables de elaborar técnicas estadísticas y otras técnicas cuantitativas.

“El drástico incremento en el financiamiento federal de la investigación universitaria afectó el modelo económico de la importante universidad de investigación estadounidense, creando una nueva fuente de ingresos significativa. No obstante, el impacto fue

La tradicional resistencia de los estadounidenses a las grandes organizaciones del sector público o privado también estaba cediendo. Durante la guerra, el gobierno federal creó una burocracia enorme pero eficaz para administrar la producción de equipamiento para la campaña bélica. Los decanos de las escuelas de negocios estaban complacidos de poder ayudar, reorganizando sus escuelas en torno a los objetivos del gobierno. En 1943, por ejemplo, la Escuela de Negocios de Harvard negó la admisión a un estudiante que no era oficial militar.

“[Tras] abandonar el proyecto de profesionalización...el propósito primordial de las escuelas de administración y negocios quedó vacante.”

Durante y después de la guerra, Estados Unidos se transformó en una nueva “sociedad organizacional” cada vez más poblada por un “hombre organizacional.” Básicamente, esta nueva especie estaba representada por el gerente medio moderno. Estos individuos se sentían cómodos en grandes organizaciones jerárquicas donde tenían roles y objetivos definidos. Pero el “hombre organizacional” no fue el único que dio la bienvenida a este cambio social. Para entonces la mayor parte de los estadounidenses tenían una idea de lo que era una sociedad muy organizada y no les desagradaba. A las escuelas de negocio tampoco. Se habían relacionado financieramente con agencias del gobierno por muchos años durante la guerra e, incluso después de haberse declarado la paz, el gobierno federal mantenía una estrecha relación con éstas.

“Las probabilidades de fracasar de un estudiante de una escuela de negocios de elite son muy bajas. Algunas escuelas han elaborado sistemas de calificación complejos para garantizar que hasta el estudiante más indiferente pueda graduarse.”

Las escuelas de negocios se transformaron efectivamente en el centro de atención del gobierno federal y de otra institución influyente: la “fundación.” Antes de la guerra, las escuelas de negocios habían intentado crear un organismo para estandarizar la educación en ese campo, pero esa iniciativa en gran medida había fracasado. Luego, entidades filantrópicas, como la Fundación Rockefeller y la Fundación Carnegie retomaron la causa. Los líderes de las Fundaciones Rockefeller, Carnegie y Ford consideraban que la educación en negocios en Estados Unidos era débil, y que esa debilidad estaba contribuyendo a socavar el capitalismo democrático. Aparentemente, la Unión Soviética estaba lista para tomarle la delantera a Estados Unidos económica y técnicamente. Al fin de cuentas, en 1957, los soviéticos superaron a los estadounidenses en el espacio con el lanzamiento de Sputnik. Las fundaciones exigieron a las escuelas de negocios que no tomen como modelo a Harvard y a Wharton; sino a la Escuela de Posgrado de Administración Industrial de una pequeña escuela de ingeniería, Carnegie Tech. La mayoría de las escuelas de negocios cumplieron con este requisito.

El fin del profesionalismo: de los años setenta hasta la actualidad

Esta noción tecnocrática de la educación en negocios prevaleció hasta fines de los años sesenta. No obstante, la idea de la “gerencia general” fue cayendo en desgracia paulatinamente. Cada vez más economistas observaban a los conglomerados de empresas de los años setenta, con sus distintos niveles de gerentes medios, y lo único que veían era desperdicio. Muchos de ellos sostenían que los gerentes medios y los de mayor jerarquía no tenían incentivos para maximizar el valor de los accionistas. Cada vez más economistas se veían influenciados por las ideas neoclásicas de Milton Friedman, y de aquellos que compartían su visión de que los individuos eran maximizadores racionales de una función de utilidad. En lugar de elevar el rol de los gerentes medios y de los gerentes de mayor jerarquía, el establishment de la economía los injuriaba.

Estos cambios en la economía académica también cambiaron la perspectiva de la gente respecto a la educación en negocios. Para los años ochenta, mientras la economía de Reagan (Reaganomics) prosperaba como ideología, la idea de que la educación en negocios era una profesión ya casi había desaparecido. Para algunos, los M.B.A., el bien más preciado de la educación en negocios, eran igual que cualquier otro producto básico que se comercializaba en el mercado. Los estudiantes de M.B.A. no querían quedar reclutados en un grupo santificado; sino que querían ser tratados como consumidores. Los ranking de programas de programas de M.B.A. elaborados por el periodismo eran cada vez más consultados, incluso por personas pertenecientes al ámbito académico, para determinar cuáles generaban un mayor retorno de la inversión.

El juego de los ranking comenzó en 1974, cuando la revista MBA les pidió a los decanos de reconocidas escuelas de negocios que clasificaran a las mejores escuelas de negocios de Estados Unidos. Los decanos se centraron en la reputación académica del cuerpo de profesores y, por ende, las escuelas de negocios orientadas a la investigación (como Stanford) fueron mejor calificadas que las escuelas orientadas a la enseñanza (como Harvard). El primer proyecto de ranking fue mayormente de interés académico. No así el ranking de BusinessWeek, que comenzó en 1988 y aplicó otro método: entrevistó a estudiantes de M.B.A. de segundo año y a agencias de empleo preguntándoles cuáles eran, a su criterio, las mejores escuelas. El centro de atención era la calidad de la enseñanza, las ofertas de empleo para los graduados y los salarios iniciales. Esto dio como resultado un ranking completamente distinto y muchas de las escuelas más prestigiosas resultaron perjudicadas.

Estos ranking garantizaban cierto grado de responsabilidad; aunque tuvo su costo. Actualmente, las escuelas de negocios comercializan su producto como si se tratara de cualquier otro. Se centran en el “envase” y en cómo pueden “posicionar” mejor sus respectivas ofertas en un mercado abarrotado. La apariencia se ha elevado por encima de la realidad en las escuelas de negocios de elite. Muchas de ellas admiten que el verdadero valor que ofrecen no son conocimientos fundamentales, sino la “indicación al mercado” de que sus estudiantes son excelentes. Para los estudiantes, los programas de M.B.A. no representan tanto una oportunidad educativa, sino una base para generar redes de contactos; realidad que las escuelas de negocios aprovechan en sus publicidades. Como resultado de todo esto, los profesores se quejan, los estudiantes estudian menos y el desempeño de la clase es peor que nunca; aunque la calidad del estudiante (medida en términos de calificaciones y notas de exámenes) es superior.

Para los años noventa, estas tendencias despojaron a las escuelas de negocios de un propósito importante. En el pasado, siempre se centraron en “dirigir.” Luego, cambiaron ese enfoque con el objetivo de “liderar.” Las declaraciones de la misión de las escuelas de elite reflejaron el cambio; todas ellas incluyeron la palabra “líder.” No obstante, uno de los problemas de este cambio es que, pese a la voluminosa bibliografía sobre “liderazgo,” nadie está muy seguro de qué se trata ni de cómo funciona. La mayoría de los académicos tampoco puede definirlo. Las academias militares son un rayo de esperanza, ya que siempre se han dedicado a formar líderes. Sin embargo, aún no se ha determinado si las ideas militares sobre liderazgo pueden insertarse en los planes de estudios de las escuelas de negocios, dejando a éstas en una posición endeble, a medida que transcurre el siglo XXI.

Sobre el autor

Rakesh Khurana es profesor adjunto de comportamiento organizacional en la Escuela de Negocios de Harvard.