El club de los elegidos

Libro El club de los elegidos

Cómo la élite del poder global gobierna el mundo

Ediciones Urano,
También disponible en: Inglés


Reseña

Las teorías conspirativas se alimentan de misterio, y no hay grupo más misterioso que las personas más poderosas y adineradas del planeta. El ex subsecretario de Estado de EE.UU. David Rothkopf intenta arrojar luz sobre estas figuras enigmáticas a partir de su experiencia con los hábitos y entornos que las nutren y su detallada investigación sobre ellas. Rothkopf hábilmente intercala información de primera mano con datos concretos para describir el poder, los orígenes y las metas de la “superclase”. El resultado es un análisis exhaustivo de la élite global, sus fuentes de poder y las asombrosas cantidades de dinero que controla. El libro cobra vida en los relatos de cómo se manejan estas personalidades tras bambalinas. Rothkopf se resiste a enumerarlas; aun así, menciona muchos nombres, pero a veces se queda atorado en teorías y conjeturas. BooksInShort recomienda este libro sobre quién es quién entre los ricos y famosos a quienes deseen vislumbrar cómo la superclase dirige el mundo.

Ideas fundamentales

  • De los seis mil millones de habitantes en el mundo, sólo seis mil pertenecen a la influyente élite de la “superclase”.
  • Los miembros de la superclase tienen el poder de influir en los mercados, la gente, el dinero y las ideas.
  • Abordan cuestiones globales que requieren acciones globales.
  • Las corporaciones, instituciones y medios multinacionales trascienden fronteras.
  • En la actualidad, las corporaciones líderes del mundo son más poderosas económicamente que muchos países.
  • “Las élites dentro de las élites” ejercen mayor poder dentro de sus zonas de influencia.
  • Ni siquiera las personas que integran la superclase pueden comprar tiempo adicional, por lo que es difícil llegar a ellas.
  • No se necesitan grandes riquezas para formar parte de la superclase, pero indudablemente ayuda.
  • También cuentan la personalidad, la educación, el género, la familia y la suerte.
  • La superclase no es ni una conspiración ni una cábala, pero puede decidir cómo se moverá el mundo en el siglo XXI.
 

Resumen

La asamblea de Davos

Cada año, dos mil de los empresarios, funcionarios de gobierno, figuras de la cultura y magnates de los medios de comunicación más influyentes del mundo se reúnen en Davos, Suiza, para el Foro Económico Mundial donde, desde 1971, hacen negocios y presentaciones en un entorno social global.

“Para entender el impacto de la superclase, tenemos que entender quiénes son realmente sus miembros”.

En su obra La élite del poder, C. Wright Mills observó en 1956 el creciente fenómeno de poder que se concentraba en gente de la élite. Identificó un grupo de “tomadores de decisiones” en las corporaciones, la política y la milicia estadounidenses, que determinaba las políticas empresariales, estatales y de seguridad nacional. En 1957, en un hecho que marcó un hito en la consolidación del poder en la posguerra, el Tratado de Roma esbozó por primera vez un Mercado Común Europeo, cuya meta era evitar la guerra y eliminar el comunismo.

“Las élites son los dueños de una era, pero también son metáforas de ella”.

El presidente Eisenhower advirtió en 1961 sobre un “complejo militar-industrial” y una “élite científica-tecnológica”. En ese entonces, las fuerzas armadas de EE.UU. tenían 3.5 millones de soldados y mayor presupuesto que el ingreso neto de todas las empresas estadounidenses. Hoy día, tienen 1.5 millones de soldados y un presupuesto asignado de US$425 mil millones, menor que la suma combinada de ventas de las dos corporaciones más grandes de EE.UU. Mills y Eisenhower no podían prever el modo en que el flujo de información, la actividad económica y la creciente globalización desvanecerían las fronteras y desplazarían el poder.

“La realidad es que el valor neto combinado de las aproximadamente mil personas más ricas del mundo, los multimillonarios del planeta, es casi dos veces más que el de los 2.5 mil millones más pobres”.

La superclase actual de líderes globales conforma una comunidad distinta cuyos miembros tienen más en común entre ellos que con sus connacionales. Como escribió en 1991 Walter Wriston, ex director ejecutivo de Citibank, la información permite una “conversación global”.

El jet set

De los seis mil millones de habitantes del mundo, sólo seis mil pertenecen a la superclase, y mil son multimillonarios, pero el dinero por sí solo no los hace superinfluyentes, su común denominador es el poder: el poder de dirigir a las personas, de influir en los mercados o de liderar para bien o para mal. El poder proviene de la personalidad, la asociación institucional, el carácter o, simplemente, de la pura suerte.

“Empieza a surgir un panorama que sugiere que el poder en el planeta no sólo está concentrado, sino extraordinariamente concentrado”.

La influencia de la superclase se extiende como tentáculos: las empresas de hoy generan lealtades internacionales, como observó Christopher Lasch en La rebelión de las élites. Las dos mil corporaciones más grandes generan US$27 billones anuales y pagan los sueldos de 70 millones de empleados en todo el mundo. Si cada uno de éstos mantiene a cuatro personas, los empleadores corporativos tienen un efecto directo en la vida de 350 millones de personas. Cuando se incluyen los empleos generados por la red de proveedores y socios comerciales de una corporación, éstas influyen directa o indirectamente en el sustento de más de mil millones de personas. Esto significa que algunas de las corporaciones mundiales tienen mayor poder económico que algunas naciones. Las sucursales y filiales de estas empresas extienden su impacto a nivel mundial: por ejemplo, Hewlett-Packard opera en 170 países y Siemens en 190. Aunque las comparaciones son difíciles, las ventas de ExxonMobil son mayores que el producto interno bruto de Arabia Saudita.

“Cuando desee comprender a las élites, siempre busque la élite dentro de la élite”.

La superclase posee poder y riqueza, pero no puede comprar tiempo. Por ende, acceder a sus miembros es sumamente preciado, ya que viajan en aviones privados y se alojan en hoteles exclusivos para optimar tanto su tiempo como la probabilidad de socializar entre ellos. Se relacionan a través de sus consejos de administración, como ex alumnos de una universidad, en acuerdos de negocios y situaciones sociales. El comercio, el arte, la milicia, las finanzas y la política se entrecruzan en el nivel de la superclase, que conforma una comunidad global con fronteras geográficas invisibles, unida por el estatus, la cultura y los intereses comunes.

“Para los miembros de la superclase, hay un bien más preciado que el oro, la plata, las piedras preciosas o el petróleo. Es el acceso”.

Todo análisis de la superclase destaca el problema de la creciente desigualdad económica. Un estudio de la ONU reveló que EE.UU., Japón y la Unión Europea son 100 veces más ricos que los países más pobres. La desigualdad de ingresos crece en China a medida que el país avanza a pasos agigantados hacia la modernización. En EE.UU., los sueldos de los directores ejecutivos importantes es 364 veces mayor que los de los empleados promedio, una proporción 10 veces mayor que la de hace sólo 30 años. Para verlo en perspectiva, incluso el audaz magnate J.P. Morgan creía que los directores ejecutivos no debían ganar más de 20 veces el sueldo de sus trabajadores.

Las fuentes de energía

La superclase adquiere poder a través del dinero, la política y la globalización: el dinero pasa de una generación a otra por fideicomisos familiares que crean empleo y financian obras filantrópicas.

“El gran reto de este siglo ... será aceptar que la era de los estados-nación como la hemos conocido ... ha terminado”.

La riqueza fija las agendas y determina la distribución de recursos; por ejemplo, Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google, financian empresas de energía alternativa. Bill Gates y Warren Buffett invierten miles de millones en obras de beneficencia y proyectos médicos mediante la Fundación Gates, a la que Buffet donó US$31 mil millones.

“Las comunidades de liderazgo se interrelacionan a través de todos los grupos de poder importantes: los negocios y las finanzas, la política, el complejo militar-industrial, y las artes y el mundo de las ideas”.

El poder político seduce; de hecho, su atractivo es tan grande que la gente adinerada a menudo se postula para cargos públicos a cambio de una pequeña o ninguna remuneración. En la mayoría de los casos, los estados-nación mantienen a las organizaciones políticas dentro de sus fronteras, pero la superclase reduce la brecha entre lo nacional y lo supranacional: a falta de un gobierno mundial único, ella proporciona una forma de comunicar intereses y soluciones comunes.

“Los combatientes de guerra descubren que, cada vez más, ellos también desarrollan redes globales”.

Las corporaciones globales vinculan a sus directores, cabilderos, asociaciones profesionales, distribuidores y organizaciones de beneficencia con países que pueden aprovechar esas relaciones para asesoría e inversiones. En esencia, las multinacionales remplazan a la soberanía nacional, ya que la superclase establece flujos de capital importantes e influye en el rumbo económico de las naciones.

“Mientras que, en la mayoría de los casos, el poder está altamente concentrado – especialmente en los medios de comunicación convencionales y las empresas de tecnología de la información – la era de la información tiene componentes democratizantes incorporados”.

Los subconjuntos de la superclase disponen de una concentración de poder aún mayor. El peldaño más alto de las finanzas mundiales consiste sólo de “unos cuantos cientos de personas” que se conocen todas entre sí. Los ex ejecutivos de Goldman Sachs (la empresa financiera de mayor poder global) rutinariamente asumen altos cargos en el gobierno de EE.UU. En la industria energética mundial, las compañías petroleras nacionales (como Saudi Aramco) y las independientes (como ExxonMobil) tienen acceso gubernamental sin paralelo.

“Tiene que haber un modo de aprovechar el poder de los mercados, reconocer las limitaciones del gobierno y aún así afrontar las desigualdades crecientes, flagrantes, injustas y corruptivas en nuestro mundo”.

De manera similar, unos cuantos individuos dirigen la política exterior de EE.UU.; cuando dejan el gobierno, trabajan para fondos especulativos, en Wall Street, empresas multinacionales y grupos de expertos, como asesores en cuestiones normativas. Contrastan con los legisladores, que a menudo no están preparados para afrontar problemas globales complejos.

“La superclase no rige por mandato o control directo, ni ejerce el poder a través de conspiraciones o cábalas”.

El pensamiento global de la superclase puede priorizar ciertas preocupaciones, como los problemas ecológicos, que requieren una respuesta mundial coordinada. A falta de un gobierno único, las coaliciones informales de organizaciones no gubernamentales (ONG) llenan ese vacío. El presupuesto anual de alrededor de un billón de dólares de las ONG eclipsa los presupuestos de muchos gobiernos y empresas, y potencialmente las coloca “entre las instituciones más influyentes del siglo XXI”.

La “guerra permanente”

La lista de titanes corporativos que lideraron el Pentágono en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial incluye a altos ejecutivos de General Motors, Procter & Gamble, Ford Motor Company y Halliburton, entre otros, lo que ilustra la estrecha relación entre el Departamento de Defensa de EE.UU. y las corporaciones de ese país. Estas asignaciones de la época de la Guerra Fría reflejan la insistencia estadounidense en mantenerse totalmente preparado para la guerra en todo momento, un compromiso que se continúa con la guerra moderna contra el terrorismo. El gasto de EE.UU. en defensa representa la inversión individual más grande de toda la historia en el sector público de cualquier país.

“Las teorías conspirativas son la comida de consuelo de la política”.

La industria militar se ha consolidado a medida que las guerras son cada vez más costosas. Alrededor de una docena de proveedores militares de todo el mundo obtiene la mayor parte del ingreso internacional en defensa, algo así como US$1.2 billones en el 2006. Los funcionarios militares participan en intercambios de entrenamiento con otros Estados y se encargan de reconstruir países, lo que crea una superclase de fuerzas armadas globales.

Las conspiraciones y la era de la información

Los medios de comunicación e Internet fomentan una nueva superclase informática. Se espera que gente como los fundadores de Facebook o de Google sean sus miembros fundadores. En los medios de comunicación, Jim Cramer y Maria Bartiromo de CNBC afectan mercados por su cobertura en televisión satelital, por cable y en la Red. La religión también adopta Internet: las megaiglesias y sus miles de fieles cambian la forma de buscar una guía espiritual.

A medida que prolifera la información y crecen las sospechas sobre la superclase, surgen abundantes teorías conspirativas, pero no son un fenómeno sólo actual: en el año 431 a.C., Tucídides escribió sobre los rumores conspirativos durante la Guerra del Peloponeso; la primera “gran [teoría] conspirativa” surgió durante la Revolución Francesa en 1792 y llevó al Régimen del Terror; recientemente, se atribuyen poderes subrepticios al Consejo de Relaciones Exteriores, al Banco de la Reserva Federal y al Foro Económico Mundial entre otros. En cambio, la Iniciativa Global Clinton, una iniciativa sumamente pública del ex presidente, atrae a la misma élite que concurre a Davos, pero sus participantes de hecho se comprometen con proyectos específicos mediante grandes sumas; por ejemplo, sir Richard Branson prometió US$3 mil millones para combatir el calentamiento global.

Cómo formar parte de la superclase

Los miembros de la superclase comparten ciertas características. Si desea formar parte de esta élite, debe satisfacer estos ocho criterios:

  1. “Haber nacido varón” – Las mujeres representan sólo el 6,3% de la superclase.
  2. “Ser un baby boomer – La edad promedio es 58 años. Sólo el 3% son menores de 40.
  3. “Tener raíces culturales europeas” – Estados Unidos y Europa representan el 50% de la superclase; el contingente del Pacífico asiático está en aumento.
  4. “Haber asistido a una universidad de élite” – Cerca del 30% asistió a universidades como Stanford, Harvard y la Universidad de Chicago. El fundador de Skype Janus Friis está entre el escaso 2% que no terminó la escuela secundaria.
  5. “Dedicarse a los negocios o las finanzas” – Estas profesiones representan el 63% de la superclase, seguidas por carreras en el gobierno, las fuerzas armadas y la religión.
  6. “Tener una base de poder institucional” – Más del 98% tiene ese estatus debido a sus relaciones con corporaciones, gobiernos o incluso grupos terroristas.
  7. “Hacerse rico” – Aproximadamente el 60% de ellos son millonarios.
  8. “Tener suerte” – Dónde se nace y quiénes son los padres a menudo determinan los méritos para acceder a la superclase.

Además, debe poseer las cualidades psicológicas de un gran líder: compulsión obsesiva, atención al detalle, narcisismo, tendencia a ser adicto al trabajo y ganas de hacer microgestión con el ímpetu de ser exitoso. En el fondo, la superclase es un grupo de seres humanos, con fallas e imperfecciones, decidido a llegar a la cima; no es conspirativo ni busca el dominio global pero, por su naturaleza misma, representa la forma global de gobierno. Su gran reto es ejercer el liderazgo ante problemas económicos, sociales y políticos y encontrar soluciones.

Sobre el autor

David Rothkopf escribió Running the World: The Inside Story of the National Security Council. Fue subsecretario adscrito en normas de comercio internacional del gobierno de EE.UU. y director administrativo de Kissinger Assoc.