Turbas, mesías y mercados

Libro Turbas, mesías y mercados

Sobreviva al espectáculo público de las finanzas y la política

Wiley,
También disponible en: Inglés


Reseña

Con la agudeza de una cimitarra, mordaces frases ingeniosas y la sutil lógica de un mazazo, William Bonner y Lila Rajiva se embarcan en un estudio divertido y fascinante de la naturaleza humana. En el camino, ensartan prácticamente a todo el mundo: republicanos, demócratas, fascistas, comunistas, directores ejecutivos, gerentes de fondos de inversión, periodistas y patriotas; todos se alinean para recibir una buena reprimenda de los autores. Este tratado, divertido, irreverente y que invita a la reflexión, es una joya de lectura, aun cuando no se esté de acuerdo con todas las conclusiones de Bonner y Rajiva (y, ¿quién lo estaría?). La naturaleza humana misma es el verdadero villano de esta arrolladora obra. Con todo lo disfrutable que es, el estudio abarca demasiado y a veces acaba en poco más que un sermón, si bien un sermón ameno y persuasivo. Aun así, BooksInShort lo recomienda a todo aquel que espere comprender el comportamiento humano en los negocios y la política.

Ideas fundamentales

  • Las personas se consideran a sí mismas seres racionales y analíticos.
  • Nada puede estar más lejos de la verdad: la conducta humana no está influida por los hechos, sino por simples emociones.
  • La necesidad de reproducción guía las decisiones humanas. Al comprar un coche de lujo o construir una mansión, usted está haciendo gala de su idoneidad como pareja.
  • La falta de lógica de los seres humanos se hace evidente en los líderes que elige la gente. En general, desde Alejandro Magno hasta George W. Bush, los líderes desean transformar el mundo.
  • Ese impulso por mejorar el mundo siempre fracasa.
  • El cerebro humano no es suficientemente complejo como para analizar toda la información que necesita, por lo que la gente simplifica y generaliza.
  • El comportamiento de las multitudes infla las burbujas financieras; la gente cree lo que los demás creen.
  • En una burbuja, los seres humanos no estudian los hechos.
  • En cambio, la gente acomoda los hechos bajo cualquier teoría que esté de moda.
  • Las guerras son la prueba final de la locura humana. Las guerras, que raramente son necesarias, las hacen ciegamente quienes tienen más que perder.
 

Resumen

Transformadores del mundo que se han equivocado

¿Qué tienen en común Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Osama bin Laden, George W. Bush y Alejandro Magno? No mucho, a primera vista; pero, vistos de cerca, sí comparten algo: todos son grandes benefactores del mundo. Pertenecen a una clase de “benefactores fracasados” que creen saber qué es mejor para todos los demás y que pueden imponer su voluntad al resto del mundo, le guste o no.

“La verdad es que ... las políticas públicas y las burbujas son casi siempre fraudes que halagan nuestro sentido de vanidad”.

Las atrocidades de Hitler, Mussolini y bin Laden están bien documentadas. Las tendencias de George W. Bush a ser benefactor fueron puestas en evidencia por sus irreflexivas decisiones de invadir Afganistán e Irak en un intento por convertir esas antiguas civilizaciones en versiones de EE.UU. en Medio Oriente. Bush seguía los pasos de Alejandro Magno, otro benefactor del mundo que conquistó Medio Oriente sólo para descubrir que no podía doblegar al mundo a su voluntad para siempre.

“Ahí lo tienes, querido lector. Cuando se llega al fondo, todo es sexo y mentiras. Todo: el romance, los autos, los empleos, la burbuja de la deuda, la burbuja de los bienes raíces, la burbuja del déficit comercial, el imperio estadounidense”.

George W. Bush no es el único en ser suficientemente narcisista para creer que podía transformar milagrosamente Mesopotamia en una democracia. Tony Blair es su cómplice, como lo es el pueblo estadounidense, que repentinamente adoptó como su misión componer el resto del mundo. Los estadounidenses ya no reverencian la literatura inglesa, el estilo gálico, ni la industria japonesa, sino que únicamente se reverencian a sí mismos.

“Lo que decimos es que el hombre es un impostor. No es el científico ingenuo por el que se hace pasar, sino un sentimentalista baboso”.

Lo que es más, los estadounidenses han demostrado que son susceptibles a la manipulación mediante tácticas de miedo. La reacción razonable a los ataques terroristas del 11 de septiembre habría sido ignorarlos. ¿Qué riesgo corre un estadounidense típico de ser víctima de un ataque terrorista? Aproximadamente el mismo que ahogarse en una bañera o ser arrastrado por un tsunami. Así que, ¿cómo reaccionaron los estadounidenses? Con histeria y una errónea guerra contra Irak que apenas ha logrado poco más que alimentar el sentimiento antiestadounidense.

“Estudio tras estudio se ha demostrado que la gente es estúpida, insípida, desleal, poco fiable, ilógica, egoísta, incomprensible, ruin, absurda y a menudo demente”.

Los traspiés de los benefactores provienen de un defecto esencial de la naturaleza humana. Las personas se consideran seres lógicos y analíticos que reaccionan a las crisis con una inteligencia serena. Creen que reaccionan racionalmente con base en un análisis cuidadoso de costo-beneficio. Nada más lejos de la verdad. Ya sea que reaccionen a la amenaza del terrorismo o decidan cuánto invertir en acciones de una empresa punto-com o en bienes raíces, casi siempre actúan visceral, irreflexiva y emocionalmente.

“No son las noticias lo que vende periódicos, sino periódicos los que venden noticias”.

En prácticamente todos los casos, el impulso primordial de ser más atractivo para el sexo opuesto guía las decisiones del ser humano: un hombre conduce un coche de lujo y vive en una mansión para demostrar a las mujeres que es una pareja que vale la pena. Ese tipo de decisiones emocionales es común a una variedad de propósitos; a los inversionistas les gustaría que los directores ejecutivos de las empresas de las que son accionistas fuesen altos y seguros de sí mismos; la aptitud profesional no parece ser igual de importante.

“La forma de organizar las noticias hace lo que la tortura con agua a los prisioneros: los persuade de que digan lo que usted quiere oír”.

Después de todo, los seres humanos (ya sean hombres o mujeres que buscan pareja o inversionistas que buscan dónde acumular sus ahorros para el retiro) atribuyen mayor valor a las opiniones expresadas con seguridad que al conocimiento o la integridad reales. De no ser así, ¿por qué pagaría alguien $US135 millones por una pintura de Gustav Klimt o $US140 millones por una de Jackson Pollock?

El triunfo de la biología sobre la lógica

La conducta humana está dictada por estrategias preprogramadas de supervivencia, y todas se aclaran totalmente cuando uno se da cuenta de que la meta primordial común a hombres y mujeres como homo sapiens es pasar su conjunto de genes a las siguientes generaciones. La propagación de la especie impulsa incluso los actos aparentemente altruistas: el hombre que altruistamente deja su lugar en un bote salvavidas a una mujer o un niño, podría hacer un sacrificio puro, pero, y, ¿si el hombre decidiera dejar morir a la mujer o al niño? Sería un cobarde; y, ¿qué mujer desea un cobarde como pareja?

“El problema con el gran mundo en general es que nunca es suficientemente bueno para algunas personas que siguen tratando de mejorarlo”.

Las limitaciones del cerebro tienen más sentido cuando se piensa en que dejó de evolucionar hace miles de años; sin embargo, el mundo con el que debe enfrentarse es cada vez más complejo. Los seres humanos sólo pueden jugar con cierto número de trozos de información antes de tener que empezar a generalizar … y pasar por alto el caos de detalles que podría mostrar las resquebrajaduras de su simplista visión del mundo. Cuando millones de personas – es decir, una turba – empiezan a simplificar y generalizar de la misma manera, el resultado es una escalada de precios que desafía la gravedad. Eso fue lo que ocurrió a fines de los años 1990 con las acciones de empresas tecnológicas. Y volvió a suceder en el 2004 y el 2005 con los precios de la vivienda. La turba olvida que es ilógico que el precio de una casa aumente 30% al año y se deja llevar por la alucinación en masa. Así como la turba decide que los pantalones de mezclilla y las corbatas de la década pasada están irremediablemente pasados de moda, así también decide que las inversiones de hoy (en acciones de biotecnología o en casas de lujo en los suburbios) están de moda. Y así de repentina e ilógicamente, decide que ya están pasadas de moda.

“Las consecuencias negativas al final de un esfuerzo por mejorar el mundo son casi iguales y opuestas a las aspiraciones positivas al principio”.

Los estudiosos de la conducta humana que buscan defensores del “parecer de la turba” no necesitan ir más lejos que el periódico o el noticiario televisivo local. Los periodistas presentan sus publicaciones como meras ventanas por las que los lectores pueden ver el mundo, metáfora que no resiste análisis alguno, ya que los periódicos hacen caso omiso de los sucesos que no concuerdan con sus prejuicios, y distorsionan y amplifican las noticias que coinciden con sus tendencias preexistentes. De esa manera, los periódicos son más como un microscopio que como una ventana.

“Cuando se agita el avispero, las avispas más crueles son las que salen a la superficie”.

Los benefactores saben eso y usan los medios de comunicación en su provecho. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, el benefactor Bush manipuló magistralmente a los medios de comunicación. Incluso The New York Times se le unió para perpetuar la fantasía de que Sadam Husein representaba una grave amenaza para el modo de vida estadounidense. En las guerras modernas, se obliga a los reporteros a permanecer muy lejos de las masacres del campo de batalla; trabajan sin descanso en inmaculadas salas de conferencias donde los generales y sus subordinados manipulan las noticias, haciendo de ellos los peones perfectos para un ambicioso benefactor del mundo.

La guerra y el recuerdo: un juego de tontos

Los hombres se creen seres racionales que toman en consideración los hechos y cambian de opinión en consecuencia. En la realidad, la gente es totalmente incapaz de pensar racionalmente: observa los hechos y luego los fuerza para que concuerden con cualquier falsa ilusión de la turba que sea popular en ese momento. Examine atentamente el patriotismo que ha acompañado a todas las guerras hasta ahora.

“Cuando se tiene un enemigo tan desalentadoramente mal equipado y débil como los terroristas del presente, uno se enfrenta con un tipo de desafío totalmente distinto. La tarea ya no es derrotar a un enemigo ... sino crearlo”.

Los británicos son un buen ejemplo; cada 11 de noviembre, celebran el Día del Armisticio: políticos, veteranos y periodistas exhiben clichés sobre cómo han muerto los soldados a lo largo de los siglos para preservar “el modo de vida británico” pero, en realidad, su modo de vida no se ha visto amenazado en ninguna guerra desde 1066, cuando los británicos lucharon para imponer su modo de vida a otros. Además, el argumento de que ganar una guerra preserva algo es un disparate. Los franceses y los alemanes sufrieron humillantes derrotas y, sin embargo, siguen hablando su lengua y llevan una vida poco diferente de la que tendrían si hubiesen ganado todas las guerras.

“La gente que quiere imponer sus ideas es siempre gente cuyas ideas son las más idiotas”.

Los británicos no son los únicos en entrar en guerras sin sentido. EE.UU. combatió contra los ingleses por su territorio, y logró poco a la larga. Los canadienses, australianos y neozelandeses, todos, se independizaron de Gran Bretaña sin derramar sangre; no obstante, a quienes lucharon por la libertad estadounidense en el siglo XVIII se les recuerda como héroes por haber logrado, en un conflicto sangriento, algo que otros súbditos lograron sin sacrificar vidas.

“El cerebro humano no es suficientemente grande para el gran mundo. Para poder pensar, la gente se ve obligada a empezar a simplificar y eliminar muchos de los detalles”.

Además de innecesaria, la guerra es indefectiblemente ridícula. Las guerras empiezan casi siempre con “fraude y traición” cuando los líderes políticos buscan una excusa para enviar a los adolescentes a la muerte, y se pelean mal, llenas de estrategias defectuosas y órdenes confusas. Los que pagan el precio más alto son los soldados: es a ellos a quienes disparan, apalean y hacen estallar en pedazos. Pero ni esos soldados ni sus oficiales parecen plantearse jamás las preguntas obvias: ¿Por qué arriesgar la vida por una disputa política o conquista territorial? y ¿por qué son tan incompetentes mis superiores? Si llegaran a una conclusión lógica, depondrían las armas y volverían a casa; pero no hay lógica en las trincheras, sólo hay una programación genética primordial.

Para sobrevivir, el hombre primitivo tuvo que unirse en grupos y, para que el grupo tuviese suficiente alimento y se protegiese de las amenazas, cada miembro del grupo debía estar dispuesto a luchar y morir por sus compañeros. La civilización ha evolucionado, pero la humanidad no. El guerrero sigue basando su autoestima, no en tomar la decisión lógica que lleva a su preservación, sino en combatir para preservar su reputación entre los otros guerreros. ¿No debieron unos cuantos oficiales alemanes tener la sensatez de dejar de matar judíos, polacos y británicos y meterle una bala a Hitler en la cabeza? ¿No debieron unos cuantos oficiales rusos hacer lo mismo a Stalin? Por obvia que fuese esa simple solución, jamás se le ocurrió a ninguno.

Para fortalecerse, fortalezca a su enemigo

¿Qué persona que piense lógicamente puede apoyar la estúpida guerra de EE.UU. en Irak? Sadam Husein fue ejecutado por matar a 148 iraquíes durante su gobierno; sin embargo, el mismo número de personas muere todos los días ahora que fue depuesto y ejecutado.

Con EE.UU. en medio de esa errónea guerra contra el terrorismo, la biología sigue triunfando sobre la geopolítica. Así como Gran Bretaña era ya un imperio envejecido cuando inició sus innecesarias guerras, EE.UU. es ahora un imperio que está envejeciendo, y necesita enemigos que justifiquen un gran presupuesto de defensa y misiones benefactoras para transformar el mundo. Los estadounidenses han llegado a creer que un ejército de terroristas quiere verlos hablar árabe y rezarle a Alá. La verdad, esa mezcolanza terrorista representa una amenaza muy pequeña; los terroristas están mal organizados y es fácil combatirlos; consecuentemente, la tarea de la maquinaria de guerra no es derrotar a un enemigo, sino conjurar a un adversario que se merece toda la incitación al temor. Desde el punto de vista biológico, tiene mucho sentido exagerar la amenaza que representa un enemigo: cuanto más ominosos y amenazantes se haga creer que son los terroristas “tanto más valientes parecerán por comparación los guerreros; y cuanto más valientes sean los guerreros, más sólido será el grupo”.

Por desastrosa que haya sido la guerra en Irak, es injusto hacer un gran escándalo por la estupidez de George W. Bush y Donald Rumsfeld: sólo fueron los benefactores más recientes que le echaron el diente a la misión de transformar el mundo y se rehúsan a ceder.

Mao, el villano; el Che, el héroe

Piense en el dirigente Mao, un benefactor del mundo profundamente maligno cuyo dantesco historial eclipsa todo. Mao, físicamente repugnante e intelectualmente raquítico, mató a aproximadamente 70 millones de chinos, por asesinato y hambre.

Al menos, el mundo lo recuerda como un criminal, pero, por alguna razón, el mundo recuerda al Che Guevara como un revolucionario romántico. El Che se dispuso a forzar al resto del mundo a adaptarse a su extraña forma de socialismo. En 1960, después de que su amigo Fidel Castro llegó al poder en Cuba, el Che viajó por el mundo en busca de ideas excéntricas para imponer su voluntad en Cuba, y quedó especialmente impresionado por Corea del Norte. Al regresar, como los cubanos hicieron caso omiso de sus reglas, el Che creó campos de concentración donde se podía educar a las masas recalcitrantes según su visión y con un poco más de fuerza.

En cuanto benefactor del mundo, el Che no veía nada malo en ejecutar campesinos por acusaciones falsas, asesinar propietarios de fábricas y robar propiedad privada para sus propias necesidades. Sólo le tomó unos años comprender que la Revolución Cubana era un fracaso y se fue a África para provocar las mismas diabluras allí. Con todo, pese a sus métodos brutales y torpes, el rostro del Che está estampado en camisetas en todo el mundo.

Sobre los autores

William Bonner creó Daily Reckoning, un boletín financiero inconformista, y es coautor de Empire of Debt. Lila Rajiva es periodista y autora de The Language of Empire.