Momentos perfectos

Libro Momentos perfectos

Cómo mi muerte inminente me transformó la vida

McGraw-Hill,
También disponible en: Inglés


Reseña

¿Qué pasaría si un médico lo viera fijamente a los ojos y le dijera contundentemente que le quedan 100 días de vida y que no hay ni la más mínima posibilidad de cambiar esa terrible realidad? ¿Qué haría? ¿Cómo pasaría sus últimos días? En mayo del 2005, Eugene O’Kelly, entonces director ejecutivo de KPMG, recibió la terrible noticia de que no llegaría a fin de año a causa de un cáncer en el cerebro. O’Kelly, contador de profesión y personalidad tipo A por naturaleza, puso en marcha una estrategia para aprovechar al máximo sus últimos días. Parte del plan incluía escribir un libro sobre cómo cerrar el capítulo de la vida y prepararse para la gran transición por venir. Una conclusión: A veces uno debe trabajar duro en el “negocio de la muerte”. BooksInShort lo recomienda ampliamente por sus invaluables lecciones de vida.

Ideas fundamentales

  • Eugene O’Kelly, presidente y director ejecutivo de KPMG Estados Unidos, tenía una esposa y una familia que lo querían mucho.
  • Los doctores le informaron, a los 53 años de edad, que dentro de aproximadamente tres meses moriría de un tumor canceroso inoperable en el cerebro.
  • Llegó a aceptar la noticia como una bendición y aprovechó al máximo el tiempo que le quedaba para concluir su vida con dignidad.
  • Estaba agradecido de no morir repentina e inesperadamente, o de morir tras una larga agonía.
  • Lamentó no poder compartir la vida de retirado con su esposa, Corinne, ni ver a su hija menor graduarse de la universidad ni casarse.
  • Empezó a vivir en el presente, para crear “momentos perfectos” con sus amigos y familia.
  • Sostuvo una serie de “sesiones para soltar” – conversaciones y reuniones con amigos para llegar al cierre final, hablar de asuntos no resueltos y despedirse. Fue soltando su vida.
  • Trató de hacer de los últimos tres meses los mejores de toda su vida.
  • Oró y trató de vivir cada momento de sus actividades diarias.
  • Nunca lamentó tomar el control de cómo vivir sus últimos días. Murió el 10 de septiembre del 2005.
 

Resumen

El veredicto

En mayo del 2005, los médicos dijeron a Eugene O’Kelly, de 53 años de edad, presidente y director ejecutivo de KPMG Estados Unidos – una compañía de US$4 mil millones y 20.000 empleados – que tenía un tumor canceroso inoperable en el cerebro y que moriría en cuestión de meses. O’Kelly explicó: “Se acabaron mis días de ser el hombre con todo bajo control, vigoroso y productivo, así de fácil”. Sin embargo, el diagnóstico le dio tiempo de pensar seriamente sobre la vida y su significado. Usó los meses que le quedaban para hacer que su vida, en muchos sentidos, tuviera más sentido que nunca antes.

“Fui bendecido. Me dijeron que me quedaban tres meses de vida”.

“Me forcé a admitir que estaba en la última etapa de la vida, me forcé a decidir cómo pasar mis últimos 100 días (semanas más, semanas menos), me forcé a tomar acción sobre esas decisiones”, escribió. Aunque no tuvo dolor debido al sitio del tumor, sí tuvo síntomas, como convulsiones y pérdida gradual de capacidades, pues el cáncer hizo que se inflamara el cerebro y destruyó su tejido. Comparaba la muerte cercana con el fin de un excelente día de golf, un juego que le gustaba mucho. A medida que pasa un día de golf, las sombras gradualmente se alargan, pero los jugadores no quieren que se acabe el juego, y van tras la luz del día hasta que el juego termina.

“Aunque parezca morboso, la experiencia me enseñó que todos deberíamos dedicar tiempo a pensar sobre la muerte y lo que queremos hacer en nuestros últimos días, mientras esté bajo nuestro control”.

La certeza de la muerte inminente obligó a Gene O’Kelly a pensar en dos preguntas vitales:

  1. “¿Debe ser el fin de la vida su peor parte?”
  2. “¿Podría ser una experiencia constructiva – incluso la mejor parte de la vida?”

“No. Sí. Así es como contestaría yo esas preguntas respectivamente”, escribió O’Kelly. “Yo podría acercarme al final, y a la vez estar (por lo general) mentalmente lúcido y físicamente en buen estado (más o menos), cerca de mis seres queridos. Como dije: una bendición”. Estaba dispuesto a pensar positivamente. “Así como un ejecutivo exitoso se motiva para ser tan estratégico y estar tan preparado como sea posible para ‘ganar’ en todo, así estoy yo ahora motivado para ser lo más metódico posible durante mis últimos 100 días”, escribió.

Cambio de carrera

O’Kelly siempre trabajó muchas horas, y se sacrificó para su nunca logrado retiro. Siempre orientado hacia metas, decidió establecer metas nuevas y realistas, lograr todo lo que pudiera en las semanas restantes, y saborear ese tiempo con su esposa Corinne, sus hijas Gina y Marianne, su familia y sus amigos. Marianne ya estaba casada. Gina apenas tenía 12 años. Sintió la amargura de saber que no la vería crecer ni graduarse de la universidad o casarse. Quería que ella sintiera que haber tenido un padre era mucho más importante que el número de años que lo tuvo.

“Ocasionalmente me obsesionaba. Experimentaba fracasos repetidos en lo que estaba tratando de hacer. Pero ni una sola vez lamenté haber ejercido control sobre mi vida, los últimos y más preciados momentos de mi vida, la última vez que pude hacerlo”.

Poco después de su diagnóstico, O’Kelly caminó por Central Park con un ex asesor, y le describió cómo intentaba aprovechar al máximo los meses que le quedaban. “La mayoría de la gente no tiene esta oportunidad”, le dijo O’Kelly. “Está demasiado enferma o no tiene idea de que la muerte se acerca. Yo tengo la oportunidad única de planearla hasta donde se pueda planear”. O’Kelly llegó a creer que la gente debe pensar en la inevitabilidad de la muerte y determinar lo que quiere hacer en sus últimos días. “Me vi forzado a pensar seriamente en mi propia muerte, lo que significa que me vi forzado a pensar en mi vida más profundamente que antes”.

“Para la mayoría de las personas, el espectro de la muerte es brutalmente duro de aceptar. No quieren dedicar ni un minuto a pensar en ella. Prefieren sacarla de la cabeza, para pensar en ella – si es que se piensa en ella – más adelante. Mucho, mucho más adelante”.

A principios de junio fue a su iglesia, St. James. Dijo que necesitaba, más que nunca, estar en una casa de oración, aunque orar y creer en la vida después de la muerte fueron importantes durante toda su enfermedad. A medida que iba asimilando su realidad, lloraba y a veces se sentía agobiado y apesadumbrado. A menudo se fijaba metas que no cumplía. Pero estaba satisfecho con la decisión de tener el control de su vida en los preciados días que le quedaban. O’Kelly decidió que, para hacerse cargo de sus circunstancias, debía tomar estas tres medidas:

  1. Renunciar a su trabajo inmediatamente.
  2. Determinar el tratamiento médico que seguiría.
  3. “Hacer del tiempo restante el mejor de mi vida, y lo mejor posible para aquellos más afectados por mi situación”.
“Ese día, a principios de junio, necesitaba orar, estar en una casa de oración, más que nunca antes”.

Dos semanas después de su diagnóstico inicial, informó a sus colegas de KPMG que dejaría el cargo de presidente y director ejecutivo, aunque seguiría como socio sénior. Quería pasar a la siguiente fase de su vida inmediatamente. Dijo que participaría en un periodo de transición para ayudar a la nueva administración, pero que se iría. No dejó abierta posibilidad alguna de que regresaría. Sintió que era lo mejor para KPMG.

“La enfermedad tiene su propio pie en el pedal. Como yo, no supo cómo bajar la velocidad”.

Algunos amigos le insistieron que probara tratamientos radicales o experimentales para alargar la vida. El sentía que era importante ser honesto sobre su situación y hacer todo lo que pudiera para mejorar sus últimos días, sin caer en falsas ilusiones. Después de todo, había visto imágenes del cáncer que le crecía dentro del cráneo. Decía que era como una imagen de Star Wars - planetas, lunas y estrellas por todas partes, cada uno un nódulo maligno.

Y llegó la realidad

La primera convulsión ocurrió dos días después de haber dejado KPMG. Fue pequeña y no fue en todo el cuerpo. El lado derecho de la cara empezó a tener espasmos. Le tembló la cara durante media hora. La respuesta del médico fue aumentar el medicamento. Perdió considerablemente la visión y la nitidez. En general estaba lúcido, pero a veces se sentía confundido. “Por lo menos ahora – decía – tengo una excusa legítima para mi malas jugadas de golf”.

“Al acercarme a mi último proyecto de manera más sistemática, esperaba hacer de él una experiencia positiva para los que me rodean, y también que fueran los mejores tres meses de mi vida. Fui un tipo con suerte”.

O’Kelly se concentró en el tratamiento médico. La quimioterapia no era muy útil. No sobreviviría a la enfermedad y, con aproximadamente tres meses por delante, no tenía sentido estarse sintiendo mal. Tomó tres días de quimio, pero en cuanto empezó a interferir con su capacidad de concentración, la dejó. Después probó radiación, pues podía encoger los tumores para darle unas semanas más de vida. Como director ejecutivo, O’Kelly estaba acostumbrado a que todos a su alrededor trabajaran con un alto grado de eficiencia. Los tratamientos de radiación le enseñaron que tenía que aprender nuevas lecciones sobre la vida. La primera era que, fuera de la sala de juntas, “las cosas no suceden como se planean”. Se sentía tentado a enojarse cuando la máquina de radiación se descomponía y los pacientes debían esperar en fila. Pero no tenía suficiente tiempo para desperdiciarlo en enojarse, así que mejor empezó a aprender a aceptar las circunstancias.

Cambio de velocidades

O’Kelly había sido un neoyorquino siempre ocupado, e iba por el carril de alta velocidad de la vida a 130 km por hora. Ahora, lo esperaba un territorio desconocido. Tenía la sensación de que debía bajar la velocidad para evitar un choque. La clave, creía, era la preparación minuciosa. Por esta razón decidió escribir una lista de cosas que hacer en los días que le quedaban.

  • “Poner en orden los asuntos legales y financieros”.
  • “Soltar las relaciones”.
  • “Simplificar” y “vivir el momento”.
  • “Crear (pero también abrirse a) grandes momentos, ‘momentos perfectos’”.
  • “Empezar la transición al siguiente estado”.
  • “Planear el funeral”.
“Ya no fue posible cumplir las metas que tenía una semana antes de que el médico me miró a los ojos de esa manera tan desafortunada. Entre más rápido me deshiciera de planes para una vida que ya no existía, mejor”.

Esencialmente, estaba determinado a asumir el control de su situación. Escribió: “Estaba motivado a ‘tener éxito’ en mi muerte – es decir, a tratar de ser constructivo sobre ella y así tener la muerte apropiada para mí. Tenerlo todo claro y estar presente. Asimilarla”. Parte de esta asimilación de la muerte significaba “soltar sus relaciones”, es decir, despedirse de sus seres queridos y sus amigos. O’Kelly sentía que ya era tiempo de “resolver bellamente” sus apegos personales. Se acercó a quienes fueron importantes en su vida e hizo el cierre final por cuatro razones:

  1. “Pensé que nos daría más placer que desdicha, a mí y a todos a quienes estaba soltando (... me di cuenta de cuánta desdicha implicaría)”
  2. “Estaría ocupado en cosas importantes, pues me haría pensar profundamente sobre lo que sentía que debería pensar, sobre lo que la mayoría de la gente debería pensar”.
  3. “Estaba programado por temperamento y educación para el cierre final”.
  4. “Sin ese cierre final, algunas ... de mis relaciones más importantes nunca serían reconocidas ni comprendidas en toda su magnitud, ni por mí ni por la otra persona. Eso hubiera sido una pérdida para los dos ... yo desahogué mi vida porque ... pude”.
“Me sorprendió la cantidad de Momentos Perfectos que estaba viviendo. Lo hacía cada vez mejor. Era hermoso. Y por mucho que me haya gustado el ir y venir de mi vida anterior, no podía más que reflexionar en lo escasos que habían sido esos momentos y lo abundantes que eran ahora”.

O’Kelly hizo una lista de la gente que le importaba. Revisó cada relación, cómo se habían conocido, cuál fue la química que llevó a la amistad, sus cualidades especiales. “El optimismo en mí me hizo pensar que lo que era agradable y constructivo en nuestra relación quería triunfar sobre lo que era triste y abrupto sobre su conclusión”, escribió. Para pasar de su círculo externo hacia adentro, dibujó una serie de círculos concéntricos. En el centro estaba su esposa. El siguiente círculo tenía a sus hijas, después la familia inmediata, amigos de toda la vida, asociados cercanos y, en el círculo exterior, “personas con quienes, debido a experiencias o pasiones compartidas son amigos que amplían mi vida y yo a la vez [amplié la de ellos]”. Este arreglo quería decir que, cerca del final, pasaría tiempo con su familia sin interrupciones.

“Es una bendición. Es una maldición. Es lo que te ganas por saludar a las personas. En algún momento, también tiene uno que despedirse”.

Se sorprendió de ver que sólo el círculo exterior tenía más de 1.000 individuos. Sólo podría “soltar” aproximadamente a la mitad de ellos, algunos por teléfono y otros por correo. Cuando se reunía con amigos, trataba de crear un “momento perfecto” en el presente, con la esperanza de que fuera un consuelo. “Querido Martin” - escribió a un amigo - “he disfrutado en particular el golf que jugamos bajo el aguacero en Escocia”. A sus amigos Richard y Elaine, les escribió: “Hemos tenido la fortuna de compartir grandes recuerdos – especialmente esquiando el año pasado en Aspen”. Intercambió correos electrónicos de despedida con el hijo de un amigo con quien vio varios juegos de los 49ers de San Francisco. “Después de hacer eso, como gesto final para Scott, entré a eBay, compré una tarjeta coleccionable de Joe Montana y se la envié por correo”.

“Amaba la vida. Quería vivir lo más que se pudiera”.

O’Kelly y Corinne iban a menudo a los Claustros, el museo en la ciudad de Nueva York de artefactos medievales, donde se sentaban en la gran fuente del patio y escuchaban el sonido del agua al caer. Eso ayudaba a O’Kelly a enfocarse en el aquí y el ahora, un componente importante de las tres reglas que seguía cada vez que “soltaba” o dejaba ir a alguien:

  1. Pedía a cada amigo que evitara la nostalgia, que se quedara en el ahora. Naturalmente recordarían, pero se rehusaba a evocar los buenos recuerdos sólo para añorar: “¿Qué hubiera sido?”
  2. Dejaba claro que no habría una segunda reunión.
  3. Por último, después de “soltar” a alguien, O’Kelly no hacía demasiado hincapié en ello. Trataba de ver hacia adelante.
“Más tarde, me dijeron que el final sería similar, sin dolor. Las sombras que empezaron muy lentamente a obscurecer mi mente se alargarían, como sucede en el campo de golf en las tardes, ese momento mágico, mi momento favorito de estar ahí. La luz disminuiría. El hoyo – el objeto de mi concentración – sería cada vez más difícil de reconocer. Después de un tiempo, incluso sería difícil ponerlo en palabras. La luz se iría desvaneciendo. Yo caería en coma. La noche caería. La muerte llegaría”.

Sentía que entre más cómodo se sintiera en el proceso de ir soltando, de fluir como el agua de un nivel al siguiente, mejor podría estar cuando llegara el momento de despedirse.

Juego final

Cuando terminaron sus seis semanas de radiación, O’Kelly y su familia se fueron a su casa de vacaciones en Lake Tahoe. Fueron a visitarlo amigos de quienes no se había despedido, y se dio cuenta de que no había disfrutado tantos días tan perfectos como los que había saboreado desde su diagnóstico. Tenía la esperanza de viajar con su esposa a Praga, como sus últimas vacaciones, pero una convulsión más seria no lo permitió. Le hizo prometer a su esposa que llevaría a Gina a Praga y ella accedió. Este libro, escribió ella, “nos dio un último proyecto en toda una vida de proyectos significativos juntos – nuestra familia, nuestro hogar, su carrera”.

O’Kelly pasó el fin de semana del Día del Trabajo en el hospital Sloan-Kettering en Nueva York. Le dio neumonía y perdió el apetito. Sus médicos quisieron hacerle un ultrasonido del estómago, pero O’Kelly ordenó: “No más pruebas” Aceptó que la hora había llegado. Para él, morir sin miedo era una manera de superar la muerte. A las 8:01 a.m. del sábado 10 de septiembre del 2005, terminó la búsqueda de los momentos perfectos de Gene O’Kelly.

Sobre el autor

A los 53 años de edad, Eugene O’Kelly era presidente y director ejecutivo de KPMG. Vivió siempre en Nueva York, empezó a trabajar en KPMG como asistente de contaduría en 1972 y llegó a la cumbre, director ejecutivo para Estados Unidos, en abril del 2002. Andrew Postman lo ayudó a escribir este libro. Philip Ruppel lo editó. Corinne O’Kelly escribió el último capítulo.