Dinero, mercados y soberanía

Libro Dinero, mercados y soberanía

Yale UP,
También disponible en: Inglés


Reseña

La globalización sigue siendo controvertida, especialmente durante una recesión grave. Su historia filosófica, política y económica es una maraña compleja, pero la expresión actual del globalismo es aún más complicada, ya que abarca todo, desde el oro hasta la política monetaria y el nacionalismo. Los expertos Benn Steil y Manuel Hinds, miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, han escrito un libro prominente, denso, pero a fin de cuentas gratificante para quienes estudian la globalización a fondo. Los autores sostienen que el Banco de la Reserva Federal de EE.UU. se enfrenta al difícil reto de manejar el dólar tanto como moneda nacional como divisa de la reserva mundial. Este libro supera otros textos populares sobre el globalismo por su erudición y amplitud de temas. Los autores presentan un caso tan formidable que los críticos tendrán que mejorar considerablemente sus refutaciones. BooksInShort recomienda ampliamente esta obra a los creadores de políticas y a los ejecutivos involucrados en la globalización, pero deben saber que el libro supone que los lectores conocen relativamente bien la teoría económica.

Ideas fundamentales

  • El globalismo (la creencia de que el intercambio de bienes, servicios e ideas es un valor neto positivo para la humanidad) es una noción muy antigua.
  • Las primeras monedas se acuñaron hace unos 2.500 años como medio de trueque.
  • Desde la época de los estoicos, quienes incorporaron los negocios a su filosofía, el comercio ha impulsado a la ley y la sociedad.
  • La liberalización del comercio llevó al patrón oro, que aumentó la globalización a la vez que redujo la soberanía nacional.
  • Los acuerdos de Bretton Woods vincularon al dólar estadounidense con el oro después de la Segunda Guerra Mundial.
  • En 1971, cuando la emisión de dinero superó en un 300% las reservas de oro, EE.UU. cortó el vínculo oro-dólar.
  • No hay una nación única que controle los mercados de permutas y de opciones.
  • Los críticos que afirman que la globalización debilita las culturas locales suponen que los gobiernos imponen las costumbres y tradiciones.
  • Las naciones que insisten en “el nacionalismo monetario” tienen gran volatilidad tanto en flujos de capital como en inflación.
  • EE.UU. afronta un problema al manejar el dólar nacional e internacionalmente.
 

Resumen

El globalismo: Ayer y hoy

El globalismo, la noción de que el comercio exterior beneficia a individuos y grupos, se remonta a la Grecia antigua y precede al surgimiento de los estados nación. En los tiempos modernos, los analistas culpan a los grandes flujos mundiales de capital (que operan independientemente de cualquier supervisión estatal) de la volatilidad del mercado, el desplome de divisas y la desigualdad económica. Los críticos contemporáneos de la globalización sostienen que las acciones supranacionales del mercado han sustituido a la soberanía nacional misma. Los defensores de la globalización promueven la capacidad tecnológica de producir los mejores resultados para la sociedad, incluyendo su capacidad sin precedentes de fomentar la interacción humana y conectar los centros de información del mundo. Esta perspectiva positiva del globalismo se basa en las filosofías de John Stuart Mill y Adam Smith, las cuales, a su vez, son repercusiones de la historia antigua. La globalización y su elemento esencial, el comercio, surgieron conceptualmente después de la muerte de Aristóteles en 322 a. C. Los estoicos incorporaron una filosofía del comercio a su teoría moral. A diferencia de los griegos, que consideraban al hombre como un componente del Estado, los estoicos consideraban que el valor intrínseco de la persona es independiente de su título o la función que desempeña. Las leyes de la naturaleza, basadas en la razón universal y no en las costumbres locales, regían los negocios y las interacciones sociales. Los romanos adoptaron esta filosofía, que se adaptaba bien a la expansión del comercio del Imperio en ultramar. En el siglo XVIII, David Hume propuso la aplicación práctica de la ley natural al reconocer que el intercambio comercial proporcionaba la base para el sistema de justicia de una sociedad. El concepto de ley natural (que a la ley “la descubren los jueces, no la crean los gobernantes”) se materializó en la Constitución y en la Declaración de Independencia de EE.UU.

“Si no fuera por la recurrencia de devastadoras crisis financieras nacionales ... la resistencia a la globalización sería mucho menos virulenta y tendría mucho menos repercusión”.

La base de la globalización se sustenta en el derecho consuetudinario a partir de preceptos de la ley natural. Con base en la “Lex Mercatoria” del siglo XII (un conjunto de reglas comerciales y procedimientos de arbitraje que se desarrolló de forma privada y comúnmente aceptado antes del surgimiento de los estados nación), el derecho consuetudinario reguló los intercambios comerciales. A medida que crecía la clase comercial de Europa, los países nacientes adoptaban los principios del derecho consuetudinario para sus sistemas de jurisprudencia; la Carta Magna de Inglaterra de 1215 incorporó los principios de la Lex Mercatoria. Mucho más tarde, el Código Comercial Uniforme de EE.UU. materializó la idea de que en EE.UU. el comercio dictaba las leyes y no viceversa. El poder de las transacciones comerciales para definir la conducta entre las naciones continúa, sin restricción alguna de legislaturas soberanas. Hoy día, las cláusulas de arbitraje privado aparecen en el 90% de las transacciones transfronterizas. Un aumento por diez en el número de juntas de arbitraje comercial a nivel mundial desde la década de 1970 demuestra la rápida expansión del derecho privado no gubernamental. Por ejemplo, el mercado extrabursátil de permutas y opciones, con un valor de US$454 billones (valor teórico), no opera desde un lugar central y su regulación legal proviene de un documento de producción privada de 32 páginas que se descarga sin costo alguno.

Los antiglobalistas

El debate contra la globalización no es nuevo; Karl Marx lo hizo en el siglo XIX. Los críticos afirman que:

  • “La globalización viola la soberanía” – Los opositores acusan a la globalización de obligar a los países a abolir su soberanía, y acusan a entidades como el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea de imponer sus reglas a los países individuales. Pero este argumento no considera que, durante siglos, los países han estado sujetos a condiciones impuestas por otras entidades, como son las naciones acreedoras.
  • “La globalización debilita la cultura” – Esta engañosa idea supone que los valores de una nación son homogéneos y dictados por una autoridad gubernamental.
  • “La globalización crea desigualdad en el mundo” – De hecho, las estadísticas muestran que la brecha entre ricos y pobres creció desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX (la preglobalización) y que estas diferencias fueron aún mayores entre 1914 y 1950, cuando los gobiernos decretaron límites comerciales para contrarrestar la globalización. Para los individuos, la desigualdad en los ingresos ha disminuido desde los años setenta.
  • “La globalización destruye naciones” – El argumento que afirma que por introducir conceptos de libre mercado en países con distintas etnias y que por lo tanto la globalización provoca disturbios sociales, comete el error de confundir globalización con falta de democracia en esos países.
  • “Los beneficios de la globalización son ‘sólo teorías’” – Los beneficios económicos del libre comercio en gran medida pasan inadvertidos, mientras que los empleos que se pierden debido a la contratación externa parecen evidencia obvia de una política equivocada. Sucede que la evidencia que apoya la globalización no es tan obvia.

El dinero y el oro en la globalización

El dinero, introducido hace unos 2.500 años, se ha hecho de cobre, oro, plata, bronce y hierro. La tiranía financiera precedió a la tiranía política a medida que los gobernantes tomaban control de las minas y la acuñación. Algunos déspotas, como el emperador romano Nerón, descubrieron que podían reducir sus deudas y aumentar sus ingresos si diluían monedas con metales base o reducían su peso. Además, la falsificación, la variación de precios y la oferta y la demanda ocasionaron que los tipos de cambio fluctuaran mucho, generando inflación e inestabilidad monetaria. Para eliminar la confusión, los gobiernos vincularon sus divisas a un solo producto básico, con frecuencia, el oro. Gran Bretaña fue el primer país en adoptar el patrón oro en 1816, casi al mismo tiempo que adoptó una política de libre comercio. Limitó el dinero en circulación a monedas de oro o certificados, permitió a los ciudadanos entregar su oro al gobierno para fundirlo en monedas y también la libre exportación de la divisa. Así, el gobierno se convirtió en la única fuente de dinero. La libra esterlina respaldada en oro se convirtió en “la primera divisa mundial de la historia” y Gran Bretaña en el centro financiero internacional hasta la Primera Guerra Mundial. El superávit en la cuenta corriente ayudó a financiar el desarrollo en todo el mundo. La adopción mundial del patrón oro dio a los gobiernos las herramientas para manejar la tasa de creación y contracción de dinero, tanto nacional como internacionalmente. Aunque el patrón oro no era perfecto, redujo la inflación galopante y estabilizó los precios. Por otro lado, también obligó a las naciones a renunciar a parte de su soberanía.

La caída del patrón oro

A medida que creció el comercio internacional desde la década de 1870 hasta principios del siglo XX, el defecto fatal del patrón oro se hizo evidente: La deflación. En 1913, “los precios todavía estaban más bajos ... que 40 años antes”. Gran Bretaña, para financiar su participación en la Primera Guerra Mundial, emitió más libras esterlinas de lo que tenía en oro y decidió, al igual que otros países, diferir la convertibilidad de su moneda. Para entonces, EE.UU. ya era un acreedor neto y tenía la mayor parte de las reservas de oro del mundo. Aunada al poco crecimiento económico de Gran Bretaña en los años veinte, la libra esterlina perdió su posición privilegiada como divisa mundial y cedió su lugar al dólar.

“Hoy día, la ‘soberanía’ económica se ha convertido en el grito de batalla del movimiento contra la globalización”.

El patrón oro empezó a ser insostenible y, en 1922, una resolución de la Conferencia Monetaria Internacional creó el “patrón cambio oro” y sustituyó las divisas extranjeras por oro en los depósitos del banco central. Cada país podía “contar por partida doble” la divisa como parte de sus respectivas reservas de oro. Así, cada uno podía incrementar el dinero en circulación en su mercado nacional. Las disputas políticas complicaron esta “pirámide de crédito”; los países podían ejercer su fuerza financiera soberana, ya que no estaban vinculados a la estricta contabilidad del oro. Los economistas Irving Fisher y J. M. Keynes promovieron la “soberanía monetaria” para que unos países se protegieran de las depresiones económicas de otros. La soberanía económica funcionó cuando sólo algunos países importantes la adoptaron, pero fracasó tremendamente cuando todos los países lo hicieron. Tras la Primera Guerra Mundial, las industrias que se habían desarrollado para satisfacer las necesidades nacionales bélicas no podían todas competir en un ámbito comercial en tiempos de paz. En vez de permitir que estas compañías desaparecieran, los países establecieron políticas estrictas y proteccionistas de comercio y aranceles, lo que redujo drásticamente las importaciones y dio lugar a la mayor caída del comercio internacional en la historia.

“Un dólar solía poder canjearse por una cantidad fija de metales preciosos, pero desde hace ya cuatro décadas sólo es canjeable por metales de valor casi nulo – monedas de un centavo, de cinco, diez y veinticinco centavos”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, 44 países participaron en la Conferencia de Bretton Woods, organizada para resolver problemas comerciales, flujos financieros internacionales y problemas relacionados con el libre comercio dentro de la estructura monetaria internacional. El resultado fue el sistema Bretton Woods, que reintrodujo el cambio en oro, esta vez vinculado al dólar estadounidense, e instituyó el Fondo Monetario Internacional para administrar el proyecto. Sin embargo, a fines de los años cincuenta, reaparecieron los mismos problemas que habían surgido treinta años antes con respecto al patrón cambio oro; contar por partida doble las reservas de divisas significó mayor crédito e inflación. En 1971, las emisiones extranjeras contra la reserva de oro de EE.UU. superaron las existencias de oro en un 300%. En vez de devaluar el dólar, EE.UU. desvinculó su divisa totalmente del oro. Para 1976, las divisas más importantes del mundo flotaban libremente, sin respaldo alguno del oro.

“El nacionalismo monetario”

Gracias a un comercio más libre y menores costos de transportación y comunicación, las corporaciones pueden producir, vender y trasladar mercancías de cualquier parte del mundo. Los países en desarrollo que suministran las materias primas y la mano de obra barata que exige la globalización, importan dólares estadounidenses y euros a sus mercados nacionales, y generan problemas a los bancos centrales y a los políticos que quieren proteger sus divisas. Además, la inestabilidad monetaria desalienta la inversión extranjera. Los bancos centrales nacionales, que deben manejar sus reservas internas de dinero, se encuentran con que los flujos de capital internacional interfieren con su capacidad de controlar las tasas nacionales de interés y el tipo de cambio. Esta dicotomía en los mercados de divisas nacionales e internacionales conduce a la volatilidad fiscal de las economías nacionales. Los países que quieren proteger sus divisas se aferran al nacionalismo monetario y tratan de aislarse al fijar barreras al capital. Sin embargo, en un orden mundial cada vez más abierto, “la economía nacional cerrada es un callejón sin salida”. En la práctica, los resultados son notables: Islandia, que tiende al nacionalismo monetario, sufre grandes variaciones en flujos de capital e inflación, lo que no sucede en países como Ecuador, Panamá y Grecia que utilizan el dólar o el euro como divisa.

“Lo que Charles de Gaulle llamó ‘el exorbitante privilegio de EE.UU.’ de imprimir el activo de la reserva mundial es uno por el que EE.UU. tendrá que luchar para conservar”.

A lo largo de la historia, el deseo de un mayor comercio entre los países exigió un estándar común de cambio: el oro. Tanto el comercio como el oro impulsaron la globalización y redujeron la soberanía nacional. Sin embargo, cuando el presidente Richard Nixon rompió el vínculo oro-dólar en 1971, surgió una división entre los dos pilares de la política económica de un país: El comercio (que se extendía globalmente) y el dinero (que se “subsumió de nuevo en la soberanía económica del Estado”). Las tensiones entre las fuerzas de la globalización y el nacionalismo monetario son inevitables.

Reevaluación de la soberanía de EE.UU.

Los países acreedores de EE.UU. tienen quejas crecientes sobre la posición relativamente más débil del dólar, especialmente tras la Gran Recesión, y muchos cuestionan su prolongado papel como divisa internacional. A medida que las economías mundiales se entrelazan cada vez más, las naciones se debaten entre el deseo de nacionalismo monetario y la necesidad de liberalización del comercio y las políticas de inversión. Cada enfoque tiene elementos atractivos, pero la competencia precipita desacuerdos económicos y políticos. EE.UU. está en la posición precaria y conflictiva de ser a la vez emisor y protector de la divisa mundial. La Reserva Federal ejerce principios de soberanía monetaria para manejar su política fiscal nacional pero, a la vez, tiene la responsabilidad de mantener la confianza en el dólar. Para lograr ambas cosas, debe adoptar un nuevo marco jurídico que acepte el doble propósito del dólar. Aunque esa aceptación explícita parezca una renuncia a la soberanía económica de EE.UU., sin la fe mundial en el dólar EE.UU. perdería su capacidad de manejar sus asuntos financieros internos y se cuestionaría su soberanía.

Sobre los autores

Benn Steil es miembro numerario y director de economía internacional en el Consejo de Relaciones Exteriores. Manuel Hinds, autor de Playing Monopoly with the Devil, fungió dos periodos como ministro de finanzas de El Salvador.