La felicidad en el mundo

Libro La felicidad en el mundo

La paradoja de campesinos felices y millonarios tristes

Oxford UP,
También disponible en: Inglés


Reseña

El dinero no compra la felicidad; eso es lo que acostumbraban decir los padres. Pero si el dinero no da la felicidad, ¿qué la da? En su inteligente y rigurosamente fundamentado libro, la especialista en políticas públicas Carol Graham evalúa los componentes de la felicidad en los distintos países, grupos socioeconómicos y culturas para descubrir lo que significa el “bienestar”, por lo menos estadísticamente. Mediante extensas encuestas en Latinoamérica, Asia Central y Afganistán, y datos existentes sobre la felicidad en el mundo desarrollado, Graham propone que, a pesar de los diversos niveles de riqueza, la gente y los países comparten características fundamentalmente similares cuando se trata de la satisfacción. La autora examina cómo las medidas de felicidad pueden guiar a los formuladores de normas y menciona las dificultades existentes. Esté preparado para actualizar sus estadísticas y volverse a familiarizar con las pruebas z (z-scores) y los coeficientes de Gini. El libro se basa en muchos análisis y cálculos estadísticos, pero Graham logra salirse ocasionalmente de los datos y llegar a conclusiones en un lenguaje claro para los no expertos. BooksInShort considera que esta obra es valiosa para economistas, psicólogos, formuladores de normas y todas aquellas personas que sólo quieren estar contentas.

Ideas fundamentales

  • La “economía de la felicidad” combina la analítica de los economistas con el campo de la psicología para determinar qué hace feliz a la gente y a las naciones.
  • El propósito es usar políticas públicas para resolver factores que influyen en la felicidad.
  • Para medir la felicidad, los investigadores usan preguntas de encuestas, pero el tipo de preguntas, la manera en la que se hacen y el orden en el que están pueden dar un sesgo distinto a los resultados.
  • Generalmente, la gente adinerada y las naciones ricas son más felices que la gente y las naciones pobres.
  • Pero eso sólo es verdad hasta cierto punto; después de ese punto, tener más dinero no lo hace a uno más feliz.
  • Según las investigaciones, un mayor ingreso lo hará feliz sólo por un año, mientras que los efectos de movilidad social, como ascensos en el trabajo, duran cinco años.
  • Una vez que se vive por encima de cierto nivel de subsistencia, factores como la salud, el empleo y las relaciones tienen un mayor impacto en la felicidad.
  • Para la mayoría de la gente, la salud es el determinante más importante de la felicidad.
  • La gente es menos feliz cuando tiene entre 45 y 50 años de edad.
  • Los formuladores de normas franceses y británicos investigan las “cuentas nacionales de bienestar”.
 

Resumen

“La economía de la felicidad”

Durante siglos, las grandes mentes han tratado de responder a la pregunta: “¿Qué hace feliz a la gente?” Hoy en día, los economistas y los psicólogos se unen para definir y medir la felicidad. Quieren determinar si, al aplicar las medidas de la felicidad a las políticas públicas y a la economía, se podría mejorar la vida de la gente en todo el mundo. Las nuevas “herramientas de analíticas e investigación” permiten una evaluación objetiva de un tema sumamente subjetivo: “el estudio de la felicidad”.

“El Rey Midas buscó la felicidad en el oro y, al final, esa búsqueda lo deprimió”.

A medida que el campo de la economía es cada vez más analítico, ha empezado a ver las ganancias como símbolo de bienestar humano. El concepto de “maximizar la utilidad” (aprovechar al máximo los bienes y servicios) depende ahora de las medidas del ingreso, pero el dinero no es siempre el mejor indicador de lo que la gente desea. Por ejemplo, algunas personas eligen empleos de menor salario que son más satisfactorios, y se sienten satisfechas. La economía moderna de la felicidad amplía la definición de “utilidad”. Mide agrupaciones sociales, demografía, condición de empleo, entornos políticos, recursos económicos y la disponibilidad de servicios públicos para completar el cuadro de lo que constituye la satisfacción en un país. Estas medidas facilitan las comparaciones globales.

“Durante décadas, de hecho siglos, la búsqueda de la felicidad estuvo limitada a las proclamaciones constitucionales y sus estudios de los efímeros textos de los filósofos”.

La mayor parte de la información sobre la felicidad proviene de encuestas en las que se pide a la gente que exprese sus “preferencias explícitas”. Por el contrario, la economía clásica se basa en “preferencias descubiertas”, es decir, los investigadores infieren los motivos de la gente a partir de sus respuestas. Las encuestas revelan que lo que la gente dice es distinto a sus respuestas teóricamente predecibles, porque los ciudadanos comunes y corrientes no influyen en macroasuntos, como políticas gubernamentales, que podrían influir en sus opciones para alcanzar la felicidad. Los resultados creíbles también pueden depender del diseño de la encuesta, la manera en la que se plantean las preguntas de los investigadores, el orden en el que se presentan e incluso el estado de ánimo del investigador. Además, un encuestado “naturalmente cascarrabias” que siempre contesta negativamente podría dar un sesgo a los resultados.

“La economía de la felicidad es un enfoque para evaluar la asistencia social, que combina técnicas típicamente usadas por los economistas con aquéllas más comunes de los psicólogos”.

La investigación que da seguimiento a las mismas personas durante un tiempo – llamada “datos de panel” – tiende a aligerar el efecto que tienen los rasgos personales en las respuestas. Las preguntas sobre la “satisfacción de la vida” y la felicidad generan resultados muy correlacionados. Los investigadores usan preguntas sobre cómo califican los encuestados su vida – con base en el “mejor escenario posible” – para comparar sus reacciones tanto con las de sus vecinos, como con gente que vive lejos. Por ejemplo, los encuestados locales en Afganistán expresan niveles relativamente altos de satisfacción personal, pero niveles bajos en la categoría de “la mejor vida posible”.

¿Es el dinero el origen de la felicidad?

De acuerdo con la “paradoja de Easterlin”, “cuando el ingreso supera un cierto umbral, ya no genera más felicidad”. Dentro de un país, los ricos son generalmente más felices que los pobres, pero con el paso del tiempo o en comparación con otros países, no es cierto. La gente en países más ricos está, en promedio, más satisfecha que la gente en países pobres, pero no hay conexión entre el incremento de dinero y el incremento de felicidad, incluso en los países más pobres. La disparidad en el ingreso influye menos en la satisfacción en EE.UU. y en Europa que en Latinoamérica, porque la gente en el mundo desarrollado ve las brechas de ingreso como motivadores para el éxito, no como una inequidad duradera e insuperable.

“La economía de la felicidad no pretende reemplazar las medidas de asistencia social basadas en el ingreso, sino complementarlas con medidas más amplias de bienestar”.

La “adaptación hedonista” explica una faceta de la paradoja de Easterlin: Una vez cubiertas sus necesidades básicas, como comida y albergue, las “aspiraciones crecientes” de la gente valoran la riqueza relativa, no la absoluta. Se adaptan a mayores ingresos y comparan lo que tienen con lo que tienen otros. Las pérdidas les afectan más que las ganancias. Otros factores distintos influyen en sus niveles de felicidad, que vuelven a un “punto fijo” con el tiempo. La excepción es que “los episodios que cambian la vida”, como el dolor o un divorcio, tienen un impacto duradero.

“La complejidad de la relación entre felicidad e ingreso – y la gama de otros factores de mediación – parecen aumentar a medida que los países avanzan en su desarrollo”.

¿Lo hace feliz a usted el dinero? ¿Cuánto dinero lo haría un poco o mucho más feliz? Ya que las ambiciones cambian (usted podría llegar a creer que ayer no era tan feliz como lo será mañana), la gente no explica sus mejores condiciones cuando ve al pasado o al futuro. Las variaciones en el ingreso explican menos los cambios en la felicidad que otros aspectos de la vida, como la salud y la condición laboral. En todos los países, la gente rica es proporcionalmente menos feliz a medida que tiene más dinero. Las investigaciones en “países en transición”, como los países de Europa Oriental en los años 90, revelaron que la gente sentía menos satisfacción de su trabajo, salud y familia a medida que tenía más dinero, pero el patrón se ha invertido en algunos países en el transcurso de los años. La gente en países pobres cree que la felicidad y el dinero están fuertemente enlazados.

Con dinero baila el perro, ¿o no?

La comparación de los índices de felicidad en los distintos países puede ser engañosa debido a diferencias culturales, económicas y sociales que las pruebas podrían no incluir. Sin embargo, aunque algunos resultados “atípicos" desafían la idea de que las naciones más ricas son más felices (Nigeria es muy feliz; Japón, no tanto), otros factores como la edad, el matrimonio y el empleo aparecen regularmente en los números sobre la felicidad. La edad tiene una “relación en forma de U” con la satisfacción; la gente es menos feliz entre los 45 y 50 años de edad. Estar casada hace a la gente más feliz; estar desempleada la hace infeliz y estar sana la hace muy feliz. La educación, el género y el tipo de empleo tienen efectos diversos en la felicidad, dependiendo de los niveles de oportunidades educativas, prejuicios de género e inseguridad sobre trabajo por cuenta propia. Por ejemplo, quienes trabajan por su propia cuenta están más satisfechos en EE.UU. y en Rusia, donde ésa es una opción de rutina, que en Latinoamérica, donde la falta de empleo obliga a la gente a autoemplearse. En EE.UU., las mujeres son más felices. En Rusia, los hombres son más felices. Y en Latinoamérica, los hombres y las mujeres son igual de felices. En estas tres regiones, las minorías están más satisfechas sólo en Rusia, porque los cambios políticos tras el comunismo les dieron un mejor estatus. Los estudios en Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán muestran determinantes similares de felicidad que otras naciones, excepto en “capital social”. Los habitantes de Asia Central no asocian confianza, religión y comunidad con la felicidad, probablemente por sus experiencias en la antigua Unión Soviética y sus situaciones políticas en desarrollo.

“De la misma manera que el PIB permite dar seguimiento al crecimiento económico en todos los países, las mediciones de bienestar nacional proporcionan una herramienta complementaria para evaluar las tendencias de asistencia social”.

Entre los ciudadanos de naciones en transición, se destacan los cubanos porque tienen fama de ser “sumamente alegres”, aunque el sondeo muestra menos felicidad que en otros países de Latinoamérica. Los cubanos en la Habana y Santiago mencionan positivamente la mejor atención médica y programas educativos, pero califican la satisfacción en “oportunidades económicas” más baja que otros latinoamericanos. Aunque el optimismo está relacionado con la felicidad en la mayoría de las regiones, en África tiene una “correlación inversa” con la pobreza. La gente más pobre es más optimista sobre el futuro de la siguiente generación. Podría ser porque sólo los eternamente optimistas pueden soportar la vasta y endémica pobreza de África, o porque la gente ha hecho una “evaluación realista de que las condiciones están tan mal que no pueden más que mejorar”.

La salud y la felicidad

En todo el mundo, la salud es la variable más importante que influye en la felicidad, incluso más que el dinero. La gente satisfecha es más sana, y la gente sana está más satisfecha. En los países desarrollados de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), entre más alta sea la presión sanguínea, más bajo es el nivel de felicidad y viceversa, lo que indica un “ciclo virtuoso de felicidad y salud”. Similar a la proporción entre la felicidad y el ingreso, la felicidad no aumenta más allá de cierto nivel de salud. Las mejoras en higiene y atención médica tienen un impacto contundente en la salud e incluso en la supervivencia (por ejemplo, la disponibilidad de agua limpia representa menor mortalidad infantil). En poblaciones de mayores ingresos, los avances de la ciencia, no el ingreso, ayudan a combatir las enfermedades que son más comunes en naciones ricas. La satisfacción en el ingreso y la atención médica no está correlacionada en todos los países: Hay más kenianos (en porcentaje de población) que estadounidenses satisfechos de su salud. De hecho, EE.UU. ocupa el lugar 81 de 115 países (menor que la India, Malawi y Sierra Leona) en cuanto a “confianza pública en el sistema de salud”. Las enfermedades mentales afectan más la felicidad que las enfermedades físicas. En EE.UU. y Rusia, “la gente obesa es, en promedio, menos feliz que la no obesa”. Pero los niveles de insatisfacción relacionados con el peso dependen del lugar y grupo social, porque las normas varían mucho. En EE.UU., las minorías pobres están menos preocupadas por el peso que los blancos adinerados. La obesidad afecta la salud mental en el sentido de que es más probable que la gente sufra de depresión.

“El campesino feliz y el triunfador frustrado”

La gente prometedora es más triste que toda la demás, incluyendo a los indigentes. Incluso cuando los triunfadores frustrados ascienden, ven el éxito en comparación con otros. Creen que su ingreso no es seguro, porque tienen miedo de volver a la situación previa. En los países de rápido crecimiento económico, los habitantes tienden más a sentirse menos satisfechos durante las primeras fases de crecimiento. Los chinos rurales que se mudan a las grandes ciudades muestran mayor insatisfacción en su nueva situación, a pesar del mayor confort material, porque se comparan con los habitantes de las urbes en sus nuevos entornos, y no con los campesinos que dejaron atrás.

La felicidad y los tiempos difíciles

Las estadísticas aún no revelan cómo la recesión del 2008-2009 afectó los niveles de felicidad, pero seguramente el mayor impacto será de la inseguridad de la mala época, y de la reducción de capital de las personas. Durante las crisis en Rusia y en Argentina en los años 90 y principios de los años 2000, la felicidad promedio cayó un 8.7% en Rusia y un 10.7% en Argentina (donde el producto interno bruto, o PIB, descendió un 10% en el 2002). La disminución de los niveles de felicidad afecta la salud, las posibilidades de empleo, la aprobación de la democracia y el libre mercado, y las aspiraciones futuras. Si vemos el lado positivo, los estudios muestran que los niveles de satisfacción se incrementan una vez que pasa la crisis. Los rusos y los argentinos son tan felices ahora como lo eran antes de la depresión económica de su país.

La felicidad es como una reñida urna electoral

En promedio, la gente que “vive en un contexto de libertad” expresa mayor satisfacción, y la libertad ocupa un lugar más importante para quien está acostumbrado a ella. La confianza del público en las organizaciones políticas tiende a acercarse más a los niveles registrados de felicidad. La participación en sistemas democráticos parece aumentar la felicidad. La prueba: Sólo los ciudadanos suizos pueden votar en Suiza, incluso en referéndums que afectan tanto a los nativos como a quienes no lo son. Los investigadores pueden aislar el factor variable que señala la votación como un valor positivo para los ciudadanos suizos. De manera similar, aquellos en el libre mercado están más satisfechos, y los ciudadanos satisfechos prefieren los mercados abiertos, lo que es buena señal para las democracias emergentes. Sin embargo, la gente que vive en sociedades corruptas y altamente delincuentes adapta su nivel de tolerancia; llega a aceptar esas desigualdades al “adaptarse a un mal equilibrio”.

Las normas y la felicidad

Si la gente feliz de todo el mundo, “desde países como Afganistán destrozados por la guerra hasta nuevas democracias como en Chile y democracias establecidas como en el Reino Unido”, está contenta principalmente por las mismas razones, ¿qué significa para las políticas públicas? Los índices de felicidad podrían convertirse en indicadores del progreso humano, como el PIB mide las economías. De hecho, el Reino Unido y Francia ya están investigando las formas de incorporar las “cuentas de bienestar nacional” en sus consideraciones de políticas públicas. El gobierno de Bután actualmente calcula estadísticas de “felicidad interna bruta” como substituta del PIB. La idea de usar puntos de felicidad en la normatividad gubernamental tiene tres obstáculos principales:

  1. El nivel de adaptación en el esfuerzo humano, “ascendente y descendente”, puede distorsionar las percepciones: Si tolera la delincuencia y la corrupción en una sociedad donde abundan, ¿cuál es el incentivo para solucionar esos problemas?
  2. Los gobiernos deben determinar cómo responder a la anomalía del campesino feliz: ¿Deben hacer consciente a la gente pobre de su miseria, elevar su ingreso hasta que se entristezca o sólo dejarla pobre y alegre?
  3. La “cardinalidad versus la ordinalidad” en encuestas de felicidad no permite distinciones entre los niveles de tristeza y de felicidad, así que, ¿es mejor hacer a una persona feliz aún más feliz, o hacer feliz a un individuo infeliz?
“Los niveles de felicidad típicamente se recuperan junto con la economía”.

Como casi todas las investigaciones sugieren que la gente más feliz goza de mejor salud, empleo y relaciones, tal vez la mejor política es tratar de abolir o minimizar la infelicidad.

Sobre la autora

Carol Graham, alto miembro de la junta de gobierno en Brookings Institution y profesora en la Universidad de Maryland, fue asesora en el Fondo Monetario Internacional.