La nueva economía

Libro La nueva economía

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Earthscan,
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Reseña

Las crisis financieras globales presentan oportunidades para cuestionar la viabilidad de la economía operativa de una sociedad, y la recesión del 2008-2009 no es una excepción. La búsqueda miope del dólar (o euro, libra, renminbi o rublo) ha dejado a la gente exhausta, deprimida y estresada. El costo de esa búsqueda es el colapso ambiental y social. Quizá ha llegado el momento de redefinir toda la proposición, dicen David Boyle y Andrew Simms de la Fundación de la Nueva Economía. Proponen ideas alternativas para el capitalismo global y así demuestran por qué el dinero es un mal representante de la abundancia, cómo la felicidad es más importante que la riqueza y cómo mide el producto interno bruto las consecuencias que, a menudo, no son mejores para la sociedad. Los autores ofrecen soluciones factibles de la vida real para reequilibrar la vida económica. Entonces, ¿cómo puede uno bajarse de esa rueda monetaria y lograr sentirse satisfecho? La respuesta es más fácil de lo que se cree: Apoye a su barrio y comunidad financiera, emocional y socialmente. BooksInShort recomienda esta fórmula para el bienestar económico a formuladores de políticas, directores corporativos y políticos que estén ansiosos por tener una amplia visión humanista del futuro económico.

Ideas fundamentales

  • La economía actual depende de medidas de la actividad financiera que son incompletas y engañosas.
  • El dinero no es riqueza, ni debe ser el único factor en las decisiones normativas.
  • La economía no valora el “capital social,” que involucra criar a los hijos, cuidar a los enfermos y a los ancianos, y ayudar a los necesitados.
  • El producto interno bruto (PIB) no es capaz de juzgar con precisión el bienestar de un país.
  • El uso del incremento del PIB como indicador del progreso nacional no toma en cuenta costos sociales y ambientales que son importantes.
  • El PIB cuenta lo bueno y lo malo: Trabajar más horas aumenta el PIB, pero reduce el tiempo libre.
  • La deuda obliga a la gente a trabajar más tiempo y más arduamente que sus antepasados del siglo XVI.
  • “La nueva economía” promueve valores que son “sociales y ecológicos” en la normatividad pública.
  • Reconoce que mantener activos a los negocios locales contribuye con beneficios vitales para la comunidad, que van más allá de las consideraciones financieras.
  • A través de la “coproducción”, los beneficiarios de los servicios comunitarios también responden trabajando en conjunto con quienes brindan esos servicios.
 

Resumen

La economía de Mickey Mouse

El hecho de que un banco otorgue una hipoteca a un prestatario cuya solicitud esté firmada “M. Mouse” es símbolo de un mundo económico surrealista y fracasado. Pero la crisis que empezó en el 2007 es sólo el ejemplo más reciente del pánico habitual que sigue a una oleada, “tan obvio como que al día le sigue la noche”: De las pujantes acciones de la radio hasta la Gran Depresión, de los bonos chatarra hasta el crac de 1987, de las acciones de tecnología hasta la caída de las punto-com, de los bienes raíces hasta la recesión. Estos ciclos de alzas y bajas son el resultado inevitable de un capitalismo que ve el crecimiento y el consumo como las únicas formas de progreso social, y promueve el dinero como único criterio para medir la riqueza. Este “sistema económico mal dirigido” tiene repercusiones desastrosas:

  • *Una “crisis ecológica” en la que el cambio climático amenaza, hasta cierto punto, toda vida en la Tierra.
  • Una “crisis humana” de “distribución” no equitativa, en la que mil millones de personas sufren de hambre, 30.000 niños mueren cada día de “enfermedades evitables” y la brecha de ingresos es cada vez mayor.
  • Una “crisis espiritual”, en la que el sentido de bienestar es raro, aun para aquellos con buenos ingresos.
  • La “monocultura” capitalista de la sociedad moderna (en la que se destacan las gigantescas corporaciones despersonalizadas que acaban con los negocios locales por sus utilidades, eficiencia y volumen) hace que se pierda la “cohesión social” que une a familias y comunidades.
“La economía convencional mide el dinero y supone que es real y valioso en sí mismo; peor aún, que todo puede reducirse a él”.

Las deudas son el oxígeno que da vida a los sistemas financieros contemporáneos. De hecho, casi todas las economías del mundo crean dinero emitiendo bonos, lo que incrementa las deudas nacionales. Los préstamos, hipotecas y tarjetas de crédito mantienen a la gente en la rueda laboral – a menudo en hogares con dos ingresos – para pagar deudas por bienes mayores y mejores. Aquellos que voluntariamente optan por ganar menos dinero a cambio de mayor felicidad desafían la suposición de la economía tradicional de que la gente siempre quiere “maximizar su ingreso”. Los US$3 billones que circulan en la economía mundial diariamente para permitir el comercio y reciclar fondos de ahorradores e inversionistas que creen empleos y transacciones – son ahora “en casi el 90% ... especulación, sobre todo ... en los mercados de divisas”.

Otro camino

“La nueva economía” trata de incorporar todos los aspectos de la vida – financieros, morales, ambientales y demás – en el cálculo del progreso humano. Los estudiantes de economía en Francia, preocupados por la dependencia cada vez mayor de estadísticas y teorías, propusieron primero una “economía post-autista” como modo de rechazar la “preocupación introspectiva e irrelevante por los números” que usan los economistas convencionales para juzgar el mundo y las motivaciones de la gente. La nueva economía ve más allá del dinero como significado único de la riqueza, proclama que la economía no es una “representación científica del mundo real” y disiente en que las utilidades deban ser el factor decisivo de toda actividad humana. Esta línea de pensamiento no es nueva; los economistas, escritores y artistas se han lamentado desde hace tiempo de los efectos dañinos, a menudo no deliberados, del modo como la sociedad va tras el éxito monetario. La Fundación de la Nueva Economía se opone al libre mercado sin restricciones y a “la economía por goteo” de la década de 1980. Trata de incluir los valores ambientales y sociales en los factores de economía pública, para ver el mérito en la “autonomía económica local” y reconocer la importante contribución de educar a las familias en una “economía no monetaria”. Con el tiempo, estos conceptos empezaron a ganar aceptación, y con ello surgieron cooperativas comunitarias sólidas de alimentos ecológicos, micropréstamos e “impuestos a la energía”. Pero la globalización, impulsada por el Consenso de Washington que alentó a los países a privatizar las empresas estatales, cedió a las grandes multinacionales el poder de los Estados soberanos, y en ellas “la riqueza no gotea, sino que se desborda”. En vez de apoderar a los individuos, la ambición de tener más dinero los ha encadenado y ha convertido a la gente empobrecida en “suplicantes dependientes de las grandes corporaciones”.

El dinero no compra la felicidad

Vanuatu, un archipiélago en el Pacífico, ocupa el primer lugar en el Índice del planeta feliz, una medida del uso de los recursos naturales de un país para que sus ciudadanos tengan “vidas largas y felices”; Estados Unidos y el Reino Unido, que tienen un producto interno bruto (PIB) mucho mayor, están en el lugar 150 y 108, respectivamente. Usar el PIB como indicador econométrico del bienestar implica que, entre más produzca la gente, más feliz será y su país estará mejor. Pero el PIB mide (y, por tanto, fomenta) consecuencias no planeadas. Por ejemplo, trabajar más horas incrementa el PIB, pero reduce el tiempo libre. El PIB se incrementa por los costos de contener la contaminación ocasionada por una mayor producción y de combatir la creciente delincuencia en comunidades que se desintegran. Incluso los aficionados a la comida rápida, que comen en exceso y luego se hacen liposucción, también incrementan el PIB y los ingresos por alimentos y cirugía plástica. La sociedad necesita nuevas formas de medir el bienestar, no la riqueza: el Índice del planeta feliz, el Índice del bienestar económico sostenible y la felicidad interna bruta (la medida en Bután) son determinantes del progreso más significativos que los cálculos del PIB.

El dinero mueve al mundo

China financió la guerra de Irak al comprar bonos de la tesorería de EE.UU., que tenía grandes problemas financieros. Incluso Francia y Alemania, que estaban contra la guerra, le daban cuerda a la maquinaria de guerra al invertir en dólares. El dinero baja y da bandazos en todo el sistema, y provoca especulación y fluctuaciones masivas de valores. Ya que la inestabilidad presenta oportunidades rentables para los operadores de bolsa, los mercados “se exceden y viran peligrosamente en la dirección equivocada” en vez de lograr un equilibrio. El propósito deseado del dinero, facilitar las transacciones privadas de los individuos, ya es anticuado y éste ya no calcula la riqueza con precisión. Las divisas que derivan su valor de maquinaciones financieras multimillonarias generan distorsiones exageradas e irreales en las economías locales, en las que, por ejemplo, los ejecutivos globales con altos sueldos fijan los precios de la vivienda en Londres fuera del alcance de la mayoría de las personas. El dinero no representa el valor del “capital social”, es decir, del trabajo que la gente hace en sus comunidades y hogares para educar a sus hijos, cuidar a los ancianos, atender a los enfermos y ayudar a los necesitados. Algunos métodos contables para generar capital social y fomentar las economías locales usan trueque, vales canjeables y “divisas locales”. Por ejemplo, Great Barrington, Massachusetts, en la zona montañosa de Berkshire, emite “acciones berk” que la gente puede gastar en sus tiendas y restaurantes, y lograr así que los ingresos del turismo se queden ahí.

“Si se vende algo, alguien lo comprará”

El problema de usar dinero para representar todo lo que la gente quiere es que el dinero no lo hace. Los individuos anhelan la satisfacción que las cosas materiales no brindan. Valoran el tiempo más que el dinero. Sin embargo, la economía clásica no reconoce estas motivaciones humanas básicas. Aquellos que creen en el “consumismo ético” (y, por tanto, pagan más por los bienes producidos moralmente) contradicen el axioma económico de que el precio manda. Los seres humanos se comportan de manera contraria a las expectativas de la economía: No siempre actúan razonablemente, se copian unos a otros, buscan aprobación, no analizan todas las decisiones financieras, actúan por costumbre, quieren “hacer lo correcto” y necesitan sentirse conectados. La normatividad equivocada, basada sólo en motivos financieros, puede tener consecuencias devastadoras. Por ejemplo, para resolver la escasez de sangre, algunos bancos de sangre en EE.UU. pagan a los donantes. No se incrementó el suministro, pero sí aumentó la probabilidad de almacenar sangre contaminada. El pago elimina la satisfacción desinteresada del donante de ayudar a otros, y un donador de sangre que necesita dinero es más propenso a mentir sobre sus enfermedades y poner en peligro el suministro de sangre.

Trabajar como campesino

Cuarenta semanas de trabajo daban al campesino inglés del siglo XVI los medios suficientes para vivir un año. Los trabajadores norteamericanos trabajaron 163 horas más por año en 1987 que en los años 60. En la actualidad, la mayoría de los hogares necesita dos ingresos de tiempo completo para poder llegar a fin de mes. A pesar de los dispositivos tecnológicos que ahorran mano de obra, la “economía convencional [ha] brindado ese mundo abundante a quienes ... favorece el sistema económico, y un mundo empobrecido a quienes no se ven favorecidos”. La pobreza aumenta en los países desarrollados y en desarrollo; la inequidad del ingreso es cada vez mayor. El sistema actual que depende del crecimiento alienta a la gente a acumular deudas para que pueda comprar más, y ceba así las armas económicas. Entre más debe la gente, más tiempo y más arduamente debe trabajar bajo la sombra constante de la deuda. Los incentivos económicos favorecen a las grandes corporaciones, que ahora llevan a cabo el 28% del comercio global con menos del 0.25% de trabajadores en el mundo. Esta concentración de poder (por ejemplo, dos compañías controlan casi la mitad del suministro global de plátano) tiene como resultado una monocultura que deja fuera a las tiendas pequeñas y debilita las comunidades locales.

“La soledad, el aislamiento, el estrés, la depresión, las enfermedades crónicas, todo ello obstaculiza el éxito genuino”.

La gente considera que los recursos del medio ambiente son gratis y nunca se agotan, por lo que desecha todo lo que se desgasta o se rompe. Hacer más con menos puede salvar al planeta, pero el sistema económico moderno está hecho para vender chatarra. La máquina de consumo funciona con la obsolescencia integrada, y alienta a las personas a comprar lo nuevo en vez de reparar lo viejo. “Un aterrador 80% de los productos se desecha tras un solo uso”. Hacer un mejor uso de esta propiedad despreciada y descartada requiere dar incentivos a los consumidores por reparar y reutilizar. Los residentes de Rotterdam que reciclan reciben crédito para el transporte local y entradas para el cine. El comercio global genera “interdependencia” de bienes y servicios entre las naciones, pero el comercio que ignora su impacto ambiental y energético ocasiona problemas de salud, pobreza e ineficiencia – por ejemplo, los países que importan los mismos productos que exportan. Los países que tienen comercio global abandonan sus industrias y acaban con empleos a cambio de importaciones más baratas. Los aranceles, los subsidios y el daño ecológico incurren en costos adicionales que los precios de bienes y servicios no captan. La contaminación del aire y el asma son algunas de las consecuencias malsanas del “tipo de comercio equivocado”. La nueva economía exige conservar buenos productos locales dentro de la economía local. Otras medidas que pueden reducir las desigualdades del comercio mundial incluyen promulgar leyes internacionales antimonopolio para sacar a las grandes corporaciones del negocio de alimentos, gravar impuestos para cubrir los costos ocultos de la energía, reducir las reglas de propiedad intelectual sobre el conocimiento local y retirar los subsidios.

El efecto Walmart

A la gente le encanta Walmart por sus precios bajos y gran selección, ¿pero a qué costo para la sociedad? Los investigadores en EE.UU. descubrieron que, en las comunidades que tienen una tienda Walmart, se reduce el capital social – hay “menos organizaciones locales de beneficencia ... iglesias, grupos de recaudación de fondos, y negocios”, y menos personas que votan en las elecciones. ¿Por qué? Walmart exprime no sólo a las tiendas locales que compiten, sino a otras actividades y profesiones que apoyan a los negocios del barrio, como banqueros y contadores. Los urbanistas generalmente ofrecen subsidios y ventajas fiscales para atraer a los grandes minoristas porque quieren los empleos y los impuestos de las megatiendas, pero la sustitución que ocasionan estos gigantes en la estructura social de una comunidad conlleva cargas ocultas. El divorcio, las familias separadas y el aislamiento paradójico que conlleva la tecnología exacerban esta ruptura social. La nueva economía exige un mayor uso de la “coproducción”, en la que la gente que se beneficia de los servicios comunitarios trabaja en conjunto con quienes brindan esos servicios. Por ejemplo, los ciudadanos que trabajan con la policía local para mantener la seguridad de su barrio brindan un gran servicio y son un suplemento para sus comunidades económicas y sociales. La gente participa activamente al contribuir y pertenecer, en vez de ser receptora pasiva de atención pública. Los “bancos de tiempo” son un mecanismo que podría reconocer los esfuerzos al intercambiar créditos por el empeño de los ciudadanos.

La esclavitud de la deuda

Para el 2006, los países menos desarrollados habían enviado alrededor de US$683 mil millones, el 5% de su ingreso, al mundo industrializado por intereses de préstamos y utilidades corporativas repatriadas; en 1995, el flujo era a la inversa, con US$46 mil millones en ayuda e inversión al mundo en desarrollo. El “turbo-capitalismo global” convierte a todas las naciones, empresas y personas en deudoras, pero la “deuda sensata, de menor escala” ayuda a generar empleo y prosperidad. Los microprestamistas como el Grameen Bank están a la vanguardia de un nuevo enfoque para la banca, que incluye “cooperativas de crédito para el desarrollo comunitario”, “bancos sociales” que financian las necesidades de la comunidad y un “tercer sector financiero” que equilibra las necesidades financieras y sociales.

Sobre los autores

David Boyle es periodista y autor, y miembro numerario de la Fundación de la Nueva Economía, en la que Andrew Simms es director de normatividad, y del programa de energía y cambio climático.