Comerciantes de la duda

Libro Comerciantes de la duda

Cómo un puñado de científicos ocultó la verdad sobre temas que van desde el humo del tabaco hasta el calentamiento global

Bloomsbury Press,
También disponible en: Inglés


Reseña

“Apenas en el 2007, el 40% de los estadounidenses creía que los científicos expertos seguían discutiendo sobre la realidad del calentamiento global”. Y, por supuesto, no era lo que hacían; el calentamiento global es un hecho científico, reconocido hace mucho tiempo, dice la profesora de ciencias Naomi Oreskes y el escritor científico Erik M. Conway. Presentan el caso de que los “comerciantes de la duda” – una resuelta conspiración de científicos conservadores, pagados por la industria y los grupos derechistas de expertos – han logrado, durante décadas, convencer a una amplia gama del público de que la verdad no es verdadera, los hechos científicos son mera opinión, el tabaquismo pasivo no mata, la contaminación industrial no es causa de la lluvia ácida, los clorofluorocarbonos (CFCs) no merman la capa de ozono y el calentamiento global no existe. En esta asombrosa obra de meticulosa investigación científica, política y periodística, Oreskes y Conway siguen la increíblemente larga historia de la difundida y deliberada diseminación de ficción científica al servicio de la política y las utilidades corporativas. BooksInShort recomienda este libro, que seguramente se convertirá en un clásico, a todos aquellos interesados en el medio ambiente, en los procesos de la política, la ciencia y los medios, y en el aprendizaje de los hechos reales que hay detrás de tanta propaganda.

Ideas fundamentales

  • Durante décadas, un grupo de científicos ha trabajado agresivamente para socavar los hechos científicos.
  • Los físicos Robert Jastrow, Frederick Seitz y S. Fred Singer, entre otros científicos, montaron una lucha contra la verdad para favorecer programas conservadores y clientes corporativos.
  • Sembraron dudas sobre los riesgos del tabaco, la lluvia ácida, la disminución de la capa de ozono y el calentamiento global.
  • Estos opositores hicieron poca investigación y los hechos invariablemente desmentían su posición.
  • Los intereses industriales y las organizaciones políticas apoyaron sus sofisticadas campañas de desinformación.
  • La prensa llegó a tratar estas campañas como debates científicos genuinos.
  • Al afirmar continuamente argumentos falaces, estos científicos trataban de minar la fe pública en todas las ciencias.
  • Cuando cayó el muro de Berlín y se derrumbó la Unión Soviética, los archiconservadores se enfrentaron con un nuevo enemigo – los ambientalistas.
  • Su principal orientación estratégica consistió en politizar los descubrimientos científicos objetivos.
  • La lucha contra la verdad del calentamiento global ha logrado ser sorprendentemente eficaz.
 

Resumen

“Los comerciantes de la duda”

Durante la Guerra Fría, los físicos Frederick Seitz y S. Fred Singer, que eran “de mano muy dura”, temían a la Unión Soviética y se convirtieron en importantes partidarios del sistema de misiles de defensa de Ronald Reagan (“Star Wars”). Su política abierta los llevó a una red derechista de expertos, instituciones, corporaciones y figuras políticas. Entre 1979 y 1985, Seitz trabajó para R. J. Reynolds Tobacco Company, que daba US$45 millones a “la investigación biomédica que pudiera generar evidencia … para usarla en los tribunales” contra aquellos que presentaran una demanda judicial a los grandes del tabaco. Después de décadas de defensa, Singer escribió, como coautor, un significativo ataque a la posición de la Agencia de Protección Ambiental sobre los riesgos del tabaquismo pasivo. Alegó que era inofensivo, y dijo que quienes pretendían limitar la exposición de la gente al tabaco sólo buscaban un pretexto para imponer regulaciones gubernamentales. Un grupo conservador experto financió el informe de Singer en el Instituto de la Industria del Tabaco.

“Un pequeño grupo de hombres, con buena fe científica y profundas conexiones políticas, deliberadamente distorsionó, durante cuatro décadas, el debate público, e hizo campañas eficaces para engañar al público y negar los conocimientos científicos bien establecidos”.

Más tarde, Seitz y el astrofísico Robert Jastrow trataron de negar el calentamiento global en un informe que hizo que George H. W. Bush los invitara a la Casa Blanca. The New York Times, The Washington Post, Newsweek y otros medios dieron cobertura al informe como si ofreciera una perspectiva seria en el discurso “científico”. Sin embargo, en dos décadas, “estos hombres no hicieron casi ninguna investigación científica original sobre los problemas” que mencionaban públicamente y atacaban los descubrimientos y la “reputación” de otros científicos. En realidad, “en todos los problemas, estaban del lado equivocado del consenso científico”.

El humo y el tabaquismo pasivo

Cuando Seitz y sus colegas James A. Shannon y Maclyn McCarthy contrataron a R. J. Reynolds, su tarea era “combatir la ciencia con ciencia”. La industria del tabaco necesitaba información para defenderse de las demandas judiciales de los fumadores y anticiparse a la legislación antitabaco. Seitz y otros se la proporcionaron. Desde 1953, Reader’s Digest, en ese entonces la revista más popular del mundo, publicó “Cáncer por cajetilla”, y expuso el vínculo entre el tabaco y el cáncer. Como respuesta, los líderes de cinco gigantescas empresas tabacaleras formularon políticas coordinadas de relaciones públicas para defender su industria, aunque la propia investigación de la industria tabacalera claramente vinculaba el cáncer con fumar y – para los años 60 – confirmó la adicción a la nicotina. A puerta cerrada, “la industria tabacalera conocía los riesgos de fumar”, pero Seitz y sus colegas se defendieron de todas las nuevas publicaciones de información que confirmaran lo que la industria ya sabía. Para mediados de los 80, la industria tabacalera había gastado más de US$100 millones en investigación biomédica. Luego los científicos distorsionaban sus descubrimientos para tratar de desmentir la verdad que surgía con rapidez. A medida que las autoridades federales declaraban culpables a los gigantes del tabaco de infringir leyes contra el crimen organizado y conspirar para ocultar lo que sabían, Seitz seguía adelante y se convertía en presidente fundador del Instituto George C. Marshall, un grupo conservador de expertos que promovían “la ciencia para tener mejores políticas públicas”.

Defensa estratégica

Los grupos derechistas de expertos que estaban de acuerdo con el ferviente anticomunismo de Seitz incluían la Institución Hoover, la Institución Hudson y la Fundación Heritage. En los 70, estos grupos y sus aliados del Congreso frustraron la idea de una distensión pacífica con Rusia. Apoyaron una carrera armamentista y propiciaban que el gobierno gastara mucho en armas. Mientras Seitz, Jastrow y Edward Teller (el “padre de la bomba de hidrógeno”) daban argumentos a favor de un sistema de defensa nuclear, el astrónomo Carl Sagan hacía su famosa declaración de que cualquier batalla con armas atómicas sometería a la Tierra a un “invierno nuclear”. Sagan tenía mucha credibilidad y una gran plataforma pública.

“Una estrategia clave ... era crear la apariencia de que las afirmaciones que se promovían eran científicas”.

Las evaluaciones del Departmento de la Defensa y de la CIA sobre la fuerza militar soviética a fines de los años 70 veían a la Unión Soviética mucho más débil que EE.UU. Teller y sus compatriotas no estaban de acuerdo. Buscaron una visión alternativa y crearon una coalición de grupos antisoviéticos de línea dura, a la que llamaron “Equipo B”. “Presentaban el esfuerzo soviético de la manera más alarmante posible”. Cuando Reagan ganó las elecciones, promovió el sistema de defensa de armas nucleares ofensivas y defensivas Star Wars, que giraban alrededor de la Tierra. Sagan se unió a muchos otros en contra de Star Wars, y desacreditaron la falsa ciencia y la propaganda subyacente, además de formular un informe con todos los argumentos insostenibles de Star Wars. Bajo los auspicios del Instituto Marshall, Jastrow prometió combatir a estos oponentes. Él y otros lanzaron ataques personales contra Sagan y exageraron (aunque presentaron bien) los ataques a la ciencia legítima del informe de Sagan. Los ataques trataban de confundir a la gente sobre las dos posturas. El lado de Jastrow entendía que ni el público ni el Congreso sabían suficiente ciencia como para decidir con base en los méritos de los argumentos científicos. Cuando los científicos legítimamente acreditados de Jastrow presentaron a voces la “ciencia falaz”, establecieron un modelo para sus futuros ataques ideológicos.

Lluvia ácida

“Durante décadas, la conservación ambiental fue bipartidista”. El presidente republicano Richard Nixon estableció la Agencia de Protección Ambiental y firmó la Ley de Aire Limpio, la Ley de Agua Limpia y la Ley de Especies en Peligro de Extinción. Ese bipartidismo estaba a punto de cambiar. Veamos lo que pasó con la lluvia ácida, un fenómeno que los científicos en New Hampshire identificaron en 1963 y que los científicos en todo el mundo documentaron y estudiaron en la década siguiente. A principios de los años 80, un panel científico del gobierno de Reagan descubrió que la mayor parte de la acidez de la lluvia ácida “se debía al sulfato disuelto, y el resto, sobre todo, a nitrato disuelto, productos secundarios de la quema de carbón y petróleo”. El gobierno rechazó los descubrimientos del panel así como la conclusión en 1981 de la Academia Nacional de Ciencias de que EE.UU. debía reducir la contaminación industrial en un 50%. Reagan acudió al defensor de Star Wars, William (Bill) Nierenberg, que “odiaba a los ambientalistas”, para que presidiera el “propio panel de expertos” de su gobierno, que se reunió en 1983. Los detalles sobre el daño irreversible de la lluvia ácida en el largo plazo aparecieron en los primeros informes del panel, pero no en versiones posteriores. Singer, designado por la Casa Blanca para el panel, creó ambivalencia en el proceso mismo con el que los expertos llegaban a conclusiones. En su anexo al informe público sobre los descubrimientos del panel, Singer preguntaba si la reducción de emisiones reduciría el impacto ambiental de la lluvia ácida. “Al plantear la pregunta, dejaba al lector la impresión de que la respuesta quizá era ‘no’”. En unos cuantos meses, Singer y Nierenberg retrasaron y alteraron el informe – “sin el consentimiento del panel completo” – de modo tal que debilitaba su descripción del impacto de la lluvia ácida. Su estrategia era clara: politizar el material científico. La falta de legislación contra la lluvia ácida en el periodo de Reagan fue su victoria. La Casa Blanca tomó la postura de que el gobierno no sabía qué ocasionaba la lluvia ácida ni cómo se originaba, e imitó así la postura de la industria tabacalera de décadas ante el cigarro y el cáncer.

“Fred Singer, Fred Seitz y un puñado de otros científicos se unieron a grupos de expertos y empresas privadas para cuestionar la evidencia científica”.

Los medios repetían la implacable adhesión a la confusión de los “escépticos” como si eso se ajustara a los hechos, lo que no sucedió. En el 2007, el Instituto Marshall aún afirmaba que la destrucción por lluvia ácida era “en gran medida, hipotética”. La estrategia de “sembrar dudas” es asombrosamente exitosa. En el futuro, los escépticos no solo “alterarán el proceso de revisión de sus colegas”, sino que “rechazarán la ciencia misma”.

El agujero de ozono

“La idea de que las actividades humanas podrían dañar la capa de ozono que protege a la Tierra se hizo pública en 1970”. Los químicos llamados clorofluorocarbonos (CFCs) eran el origen del daño. Si la capa de ozono se agotara, los seres humanos tendrían menor protección contra la radiación ultravioleta, que se ha comprobado que causa cáncer de la piel. En ese entonces, los fabricantes producían “miles de millones de libras de CFCs … al año para usarlos en envases de aerosol, aires acondicionados y refrigeradores”. La industria de aerosoles contraatacó inmediatamente las declaraciones científicas de que los CFCs dañaban la capa de ozono. Varios grupos industriales dieron millones en subsidios para investigación, para desmentir cualquier vínculo entre los CFCs y el calentamiento global. Un panel gubernamental recomendó prohibir inmediatamente todas las emisiones de CFCs, pero pasó la responsabilidad de promulgar la conclusión a la Academia de Ciencias, en la que a “la alta dirección no le gustaba tener que cargar con el trabajo de decidir si acabar o no con la industria de aerosoles de CFCs de US$1 mil millones anuales”. El grupo a favor de los CFCs peleó duro, pero la ferviente carrera por promulgar la ley sorprendió a la industria, al igual que la respuesta popular: Los consumidores dejaban voluntariamente de usar productos con CFCs. “En 1977, el uso propelente de CFCs ya se había reducido en tres cuartas partes”. La prohibición de los CFCs en 1979 sólo codificó lo que ya se hacía.

“Si se pudiera convencer a la gente de que la ciencia en general no es confiable, entonces no se tendrían que discutir los méritos de ningún caso particular, especialmente uno ... que no tenía mérito científico”.

En 1985, el British Antarctica Survey anunció el descubrimiento de un enorme y preocupante agujero de ozono sobre la Antártida. Los detractores científicos exageraban el hecho de que el satélite de la NASA que estaba en órbita no había registrado ese agujero. Más tarde, los estudios mostraron que los niveles de ozono de la Antártida eran tan extraordinariamente bajos que el software de detección del satélite confundió las condiciones reales con un problema técnico de su propio proceso, y rechazó la información. Algunos estudios posteriores confirmaron el agujero, y llevaron a prohibiciones aún más estrictas de los CFCs. Por tanto, “si las leyes ambientales deben basarse en la ciencia, el ozono es una historia de éxito”.

“Al crear la apariencia de la ciencia, los comerciantes de la duda vendieron una historia convincente sobre el debate científico”.

Pero, al igual que antes, los grupos expertos conservadores, radicales y a favor del libre mercado se opusieron a limitar sustancias que generaran utilidades y negaron los hechos científicos. Incluso después de la ley contra los CFCs, los escépticos afirmaban su postura: No se puede confiar en la ciencia; siempre hay una narrativa en contra, sin importar cuán fantástica sea. Una narrativa opuesta consideró que la disminución de la capa de ozono era una conspiración “extremista” de la comunidad científica con el fin de obtener más financiamiento para investigaciones innecesarias. Singer defendió esa teoría, y su primer ataque fue un artículo en primera plana sobre “el miedo al ozono” en The Wall Street Journal. Daba tres proposiciones: “La ciencia es incompleta e incierta; es difícil, peligroso y caro reemplazar los CFCs, y la comunidad científica es corrupta y está motivada por un interés propio y una ideología política”. Singer logró vender esta idea, con la hipocresía de sugerir que otros actuaran como él”. Fundó una organización sin fines de lucro para fomentar esa perspectiva y pronto tuvo una poderosa aliada: Dixy Lee Ray – exgobernadora del estado de Washington, “zoóloga y exdirectora de la Comisión de Energía Atómica” – demostró ser una gran defensora de los medios de comunicación. Decía que el agujero de ozono y otras cosas sólo eran “‘miedos’ infundidos por los ambientalistas”. Parecía confiable, ya que había escrito un libro en 1993 llamado Matando el medio ambiente. Entre 1988 y 1995, Singer siguió diciendo que la investigación sobre el ozono era desatinada y motivada por codicia.

Calentamiento global

Bill Nierenberg dirigió el Comité de Evaluación del Bióxido de Carbono en la Academia Nacional de Ciencias. Incapaz de llegar a una conclusión, el comité publicó secciones por separado, escritas y firmadas por individuos. Las secciones escritas por científicos naturales eran directas: “Nadie cuestionó la afirmación básica de que el calentamiento se produciría con graves consecuencias físicas y biológicas”. Los aliados de Nierenberg ofrecían un número de hipótesis inventadas sobre la causa y, según ellos, la poca duración de un calentamiento. Un colega que revisó el informe, Alvin Weinberg, un físico encargado del Laboratorio Nacional de Oak Ridge, lo encontró “lleno de errores en el análisis subyacente y en las conclusiones”. Eso ocurrió porque algunos miembros del panel informativo querían dar precisamente esa impresión. “El mal no estaba en los detalles, sino en la historia principal. El CO2 era un gas de efecto invernadero. Retenía el calor. Por eso, si hubiera más CO2, la Tierra se calentaría”.

“Como nadie conocía el mecanismo que inició el agujero [en la capa de ozono], nadie estaba seguro de que no crecería”.

En 1989, cayó el muro de Berlín y terminó el reinado de la Unión Soviética. Las instituciones como el Instituto Marshall, donde Nierenberg era miembro del consejo de administración, cambiaron su foco de atención de Rusia al ambientalismo. El Instituto Marshall publicó un informe contrario que afirmaba que la mayor parte del calentamiento atmosférico había tenido lugar antes de 1940; por tanto, no era producto de una mayor industrialización y emisiones. “Jastrow, Nierenberg y Seitz habían seleccionado cuidadosamente la información”, sólo con los hechos que se ajustaban a su argumento. Los tres siguieron atacando todos los informes y comisiones que estudiaban el tema. Seitz utilizó The New Republic y The Wall Street Journal como medio principal. Cuando expertos más conocedores y menos politizados escribieron al periódico para pedir que publicara la perspectiva contraria, The Wall Street Journal editó sus declaraciones de manera que debilitaban sus argumentos. El gobierno de George H. W. Bush y The Wall Street Journal siguieron dando credibilidad a las opiniones del Instituto Marshall y, con ello, lograron que también lo hicieran millones de ciudadanos.

Sobre los autores

Naomi Oreskes es catedrática de ciencias e historia de la Universidad de San Diego, y escribió “Más allá de la torre de marfil”, un estudio del calentamiento global, en la revista Science. Erik M. Conway ha escrito cuatro libros, entre ellos Ciencia atmosférica en la NASA: Una historia.